Martín Erroz es un nombre que resuena en el mundo del montañismo y las aventuras extremas. Con una vida dedicada a la montaña, este geólogo mendocino de 50 años ha convertido los desafíos personales en una filosofía de vida.
Su último intento, un proyecto titánico que buscaba unir el océano Pacífico con la cumbre del Aconcagua (6.962 metros) en un solo esfuerzo non stop, no llegó a concretarse debido a una lesión.
Sin embargo, su historia no es un relato de fracaso, sino una inspiración para quienes ven en la montaña un espacio de superación y conexión con lo esencial.
Alto desafío
El desafío comenzó en la playa Ventana, cerca de Quintero, Chile. Desde allí, Martín partió en bicicleta de ruta, recorriendo 200 kilómetros hasta Horcones, en Mendoza.
En todo momento, contó con la asistencia del staff de Portezuelo del Viento, de la villa de Las Cuevas, tanto en el aspecto logístico como organizativo.
En el camino Martín decidió cambiar a una bicicleta de montaña para afrontar los difíciles caracoles antes de la frontera. Así llegó hasta Horcones, en el ingreso al Parque Provincial Aconcagua, donde comenzó la caminata.
Tras llegar al campo base Plaza de Mulas, inició la etapa del ascenso propiamente hacia la cumbre del Aconcagua. Sin embargo, un calambre en el aductor, producto del esfuerzo en la bicicleta, lo obligó a detenerse en Nido de Cóndores, a 5.500 metros.
“No salió como lo tenía pensado, pero empezar ya es un montón”, reflexiona Erroz. “Estos proyectos gigantes son motivadores, y pienso hacerlo el próximo año, sin duda. Para mí no es fracasar; lo que queda pendiente, lo encaro de nuevo”.
Escuela de vida
Martín Erroz no es un improvisado. Criado prácticamente en Penitentes, junto a su hermano Matoco aprendió desde niño a respetar y amar la montaña. Su padre, primer presidente del refugio Cruz de Caña, les inculcó el valor de la autosuficiencia y la perseverancia. A los 19 años, junto a su hermano, logró subir y bajar el Aconcagua en un solo día, una hazaña que marcó su vida.
Además de su experiencia como guía de montaña durante 15 años, Erroz es un deportista multifacético. Campeón mendocino y sanjuanino de mountain bike, ha competido en carreras de aventura que combinan kayak, ciclismo y trekking.
Sin embargo, hoy prefiere los desafíos personales, en solitario y en condiciones extremas. “Me encanta la autosuficiencia, estar solo. Tengo la capacidad de estar tres o cuatro días sin dormir, dándole todo”, confiesa.
Recientemente abordó dos desafíos similares en bicicleta y a pie. El primero de ellos al volcán Ojos del Salado, también desde el océano Pacífico, que no pudo completar. El segundo, a Aconcagua desde la ciudad de Mendoza, de ida y de vuelta, que logró coronar según su planificación.
Más allá del resultado
El intento de Martín Erroz no fue solo un desafío físico, sino también una demostración de templanza y resiliencia. “El proyecto era llegar a la cumbre, volver, agarrar la bicicleta en Horcones y regresar al mar. De la misma forma que he hecho otros proyectos, siempre es salir de un punto, hacer cumbre y volver de forma non stop”, explica.
Aunque no alcanzó la cumbre esta vez, su historia es un recordatorio de que la montaña no se trata solo de llegar a la cima, sino del camino recorrido, del esfuerzo y de la conexión con uno mismo. “Yo soy un deportista motivador y voy a los proyectos que nadie se imagina. Para mí, nada de lo que hago es fracasar”, afirma con convicción.
Inspiración
Martín no solo busca superar sus propios límites, sino también inspirar a otros a encarar aventuras con responsabilidad y originalidad. “Ojalá sirva para todos aquellos montañistas inquietos e intrépidos que se animen a encarar nuevas y originales aventuras”, dice.
Su próximo intento está programado para el año que viene, y no hay duda de que volverá a intentarlo. Porque, como él mismo dice, “estos megaproyectos lindos me encantan y me motivan un montón”.
Y en esa motivación, en esa búsqueda constante, está la esencia de un hombre que ha hecho de la montaña su vida y su pasión.
Para Martín Erroz, el Aconcagua no es solo una cumbre y la montaña no solo un entorno. Son símbolos de perseverancia, lugares extremos y únicos donde se ponen a prueba los límites físicos y mentales. Y donde cada intento, más allá del resultado, es una victoria en sí mismo.