Como en la mayoría de las aventuras de nuestros días, todo comienza con la llamada de un amigo que me invita a viajar por América del Sur, especialmente a las dunas del Sudoeste del Perú. Allí los valles verdes se codean con inmensas dunas que se extienden hasta el infinito. Ideal para perderse, descubrir y practicar nuestro deporte favorito: el vuelo libre.
Nuestro periplo en busca de las dunas del Perú comienza un mediodía en Ica. Una ciudad inmensa y ruidosa como las hay en varios lugares del continente. Autos y “tuk-tuks” tocan bocina y circulan a toda velocidad en medio de una población local activa y ocupada. El aire es caliente y contaminado, por lo que me dan ganas de huir cuanto antes.
Cargado de valijas resulta difícil moverse. Saltamos dentro del primer “tuk-tuk” que encontramos, apilando de alguna manera nuestro equipaje, velas y bolsos de ski en el pequeño triciclo, dirección a Huacachina, a algunos kilómetros de la ciudad.
Allí descubrimos un ambiente totalmente diferente. Con sus dos inmensas dunas de arena y palmeras, el oasis parece un paraíso en medio del desierto.
Vuelo inolvidable
Pronto hice contacto con dos pilotos locales, Pimpo y Fito, de los pocos parapentistas de la región. Según ellos, aquí es posible volar casi todos los días, por lo que me invitan a acompañarlos para hacer un último vuelo del día. ¡Qué agradable sensación la de caminar con los pies descalzos sobre la arena caliente con un parapente sobre la espalda!
Sentimos que el viento se hace más fuerte al ascender la duna. La cumbre nos regala una vista espléndida, donde el entrelazamiento de rojizas dunas se extiende hasta el infinito. Desplegamos nuestras velas y jugamos un momento cerca del suelo antes de emprender vuelo.
El sol se quiere esconder y tengo la impresión de que mis pies han despegado la tierra desde hace una eternidad. Sin embargo, a pesar del crepúsculo, el viento cálido nos mantiene en el aire. Terminamos por aterrizar en el borde de la laguna, en una oscuridad casi absoluta luego de un vuelo inolvidable.
Volando al borde del mar
Pasamos algunas semanas disfrutando plenamente de todo aquello que el oasis ofrece. Desde condiciones increíbles de vuelo y esquí sobre arena, hasta placeres y sabores nuevos para nuestras papilas gustativas.
Retomamos la ruta y proseguimos nuestro viaje a bordo de una 4×4, rumbo a Arequipa.
Gracias a los buenos consejos de nuestros dos amigos pilotos, hacemos una vuelta por la Reserva Nacional de Paracas, donde los “spots” de vuelo al borde del mar son numerosos y funcionan de maravilla. Bordeamos la costa durante algunos kilómetros cuando percibimos, de repente, un mirador con vista hacia el océano y una playa de arena blanca interminable a su izquierda. Ni un alma vive, pero nosotros pronto entendimos todo el potencial del lugar. Una duna de Pilat versión América del Sur.
¡Gigantesca! Una duna de 1200 metros
Pronto retomamos la ruta y nos dirigimos hacia un lugar que particularmente nos tienta el corazón de descubrir. Estamos impacientes por llegar a esta duna, la más grande del mundo en lo que concierne al desnivel, alrededor de 1.200 metros. ¿Su nombre? “Toro Mata”. Un nombre que impone respeto, así como la inmensidad que nos espera.
Ubicado al pie de la duna, el tranquilo pueblo de Acarí se convierte en nuestra base. Nos instalamos en el único hotel de la zona, cerca de la casa de Marco, un amigo a quien visitamos y nos invita a regresar temprano a nuestras habitaciones. Según él, el día siguiente será largo e intenso.
Seguimos entonces sus buenos consejos y regresamos a acostarnos. Pero se nos hace difícil encontrar el sueño de lo impacientes y excitados que estamos.
Despiertos a la aurora, tomamos nuestro desayuno en la ruta, donde los comerciantes se desplazan en bicicletas y carretillas vendiendo toda clase de frutas, sándwiches y snacks a los obreros que parten a trabajar en los campos por el día.
Avanzar en este tipo de arena equivale a caminar con 30 centímetros de nieve fresca, por lo que optamos por un ascenso poco ecológico, pero mucho más práctico que a pie. A bordo de nuestra 4×4 partimos a la conquista del monstruo sobre una pista sinuosa entre arena y rocas, muy difícil de seguir, ya que una niebla espesa nos impide anticipar las curvas.
Fabuloso terreno de juego
Nos perdemos en varias ocasiones antes de ver una brecha a través de la densa bruma que nos bota a un plano inundado de sol y rodeado de un mar de niebla. ¡Estamos en la cumbre! Estacionamos a algunos metros de la vertiginosa pendiente. Preparo mi material mientras espero que se disipe.
Vuelvo a dudar sobre la elección de mi vela antes de optar por una de “speedriding”, que me permitirá volar más cerca del fabuloso terreno de juego. El día pasa entre emociones y líneas nuevas sobre esta alfombra de arena, donde revoloteo entre mis amigos esquiadores que dejan profundas huellas de su pasaje como si se tratara de nieve fresca.
Cansados y con una sonrisa en los labios, retomamos la dirección hacia el pueblo, donde nos espera un “pisquito” y un descanso bien merecido. Esta jornada, como el resto de nuestro viaje, permanecerá inolvidable.
Volveré a las dunas, fuente de inmensos placeres y hermosas sorpresas.
Escritor: Sam Aubert (Suiza)
Instagram: @sam_swelll
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