Jaime Manté tiene 76 años. Corrió y finalizó las 18 ediciones del famoso Cruce Columbia, en la Patagonia. En dos ocasiones lo hizo junto a su hija. Dialogó con Cumbres y recordó anécdotas, experiencias y motivaciones. Una leyenda del trail running.
Jaime Francisco Manté es un símbolo del Cruce Columbia.
Nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hace 76 años. Casado, ingeniero de profesión y padre de tres hijas, Jaime es un apasionado de las carreras de montaña, de las actividades al aire libre y de la naturaleza.
Es además el único corredor que ha participado de las 18 ediciones de la emblemática carrera de montaña Cruce Columbia. Las finalizó todas.
En 2013 y 2014 lo hizo en equipo con su hija Margarita, y como él mismo confesó en varias entrevistas, fue una de las experiencias más significativas de su vida.
En una extensa y amena conversación con Cumbres, Jaime Manté recordó sus inicios en las carreras de montaña y sus motivaciones. Y sobre la última edición del Cruce Columbia en este 2019, donde fue el abanderado representando a la Argentina.
CUMBRES: ¿Cómo comenzó esta pasión y motivación para transitar y conocer los ambientes naturales y de montaña?
Jaime Manté: De casualidad. Fueron circunstancias fortuitas que se juntaron, algún campamento secundario en las sierras de Córdoba, o en la infancia. No digo que sea una pasión, sino que se dio que empecé a conectarme con este aspecto de la vida de montaña distinto de la ciudad.
C.: Al caminar por la montaña ¿cuál es la diferencia que encuentra entre aquellos primeros años y el día de hoy?
J. M.: Al principio lo hacía casi sin darme cuenta de que era una cosa diferente. Se daba que uno podía vivir unos meses en las sierras de Córdoba o hacer un viaje a Bariloche como experiencia única estudiantil. Hasta que en alguna oportunidad dijimos con algún amigo “sería bueno volver a esos lugares y conocerlos más”. Eso empezó a abrirnos el panorama de que no todo era igual, había diferencias en los lagos y bosques. Ahí empezó la curiosidad para conocer e involucrarse.
Ahora es menos agreste, antes era todo más salvaje. Ahora hay más población, más civilización, más presencia humana, eso ha ido cambiando. Antes armabas un campamento a orillas de un lago, ahora hay que ir a un camping. Eso te muestra la diferencia fundamental. Antes te metías en cualquier lado y ahora tenés que buscar lugares preparados y permitidos. Hacíamos fuego en cualquier lugar y no generábamos caos. Todo este crecimiento de fauna humana que llegó a las montañas generó conflictos y ahora las regulaciones son altas.
C: ¿Cómo surgió la motivación para correr específicamente carreras de montaña?
J M: La primera carrera de montaña la corrí en el año 2000. Nació de una casualidad porque nos enteramos con un grupo de amigos que entrenábamos en Palermo, que en algún lugar se había hecho una carrera de aventura. Empezaron a llegar noticias, una en Villa La Angostura y la otra creo que en Tafí del Valle, Tucumán. Cada vez había más comentarios, no teníamos la facilidad de ahora para enterarnos de las cosas, todo venía de boca en boca. Conocimos la noticia de Villa La Angostura en octubre de 2000.
Nosotros entrenábamos para correr carreras de 10 kilómetros en Buenos Aires, más no corríamos. Dos meses antes dijimos “estaría bueno ir”. Empezó a armarse un grupo que se contagió, a mí me interesó ir a un lugar de montaña, además tenía cierto conocimiento. No conocía la Angostura. Fue duro por ser la primera vez, nos costó. Para colmo por cuestiones climáticas tuvieron que cambiar el circuito porque había mucha nieve. Y fue para peor porque nos mandaron por lugares sin nieve, pero complicados. No fue nada agradable como para seguir pensando en correr. Pero se generó la inquietud para la próxima que quizás nos iría mejor.
C.: ¿Sigue algún plan o sistema de entrenamiento?
J. M.: Ahora lo tengo un poco desarmado. Antes teníamos algún entrenador que más o menos nos armaba un programa. Aunque entrenando en ciudades de llanura es difícil, el piso no es igual por más cuesta que hagas en calles o barrancas, no es la pendiente que tiene la montaña. O el piso resbaladizo e irregular, eso no se puede entrenar en la ciudad. Pero bueno, entrenábamos para tener fortaleza y resistencia. Ahora me dedico más a la resistencia, tratar de tener el cuerpo fuerte para no lesionarme. La velocidad la he ido dejando en segundo lugar para no cargar tanto el entrenamiento.
C: ¿Qué recuerdo tiene del primer Cruce Columbia en Mendoza?
J M: Es imborrable porque fue una edición que nunca más se repitió, ni creo que se repita en las condiciones geográficas y de altura que presenta la zona de Las Cuevas y el Cristo Redentor. Nos llevaron a estar en un estado muy crítico a todos. De los 250 que largaron, llegamos 80. Y los que llegamos lo hicimos en un estado bastante alterado en cuanto a metabolismo. Correr en esas condiciones no resultaba fácil ni estábamos preparados. Entre los 3.200 y 4.000 metros que corrimos ya a esas alturas nos trajo muchos problemas. No me olvido de esa sensación de mareo, de agotamiento, la cantidad de compañeros que abandonaban. De la misma organización desbordada por todo eso que no se lo esperaba.
C.: ¿Cómo tomó la noticia de que para la edición 2020 lo eligieran abanderado representando a Argentina?
J. M.: Es una gratificación. Ya uno se va sintiendo como parte misma de la carrera de tantos años de participar, conocer gente, organizadores, colaboradores. Ya casi me siento parte de la carrera. Para mí fue una satisfacción y una linda forma de compartir con todos el inicio del Cruce Columbia.
C: ¿Qué le han dejado estos años casi 18 años de correr carreras de montaña?
J M: Conocer más la montaña desde otra postura. Por un lado, algunos caminos o circuitos que yo hice en 2 o 3 días con mochila cargada y todo el equipo, poder hacerlo ahora en 8 o 9 horas con la mochila mínima, eso me asombró, no me lo imaginaba. Por otro lado, conocer más lugares, en algunos circuitos nunca había estado. Y después gente, compañeros, algunos más amigos que otros. Pero hemos compartido con bastante gente.
En otro aspecto creo que es muy valorable tener la suerte de correr y poder todavía hacer estos esfuerzos que no son menores. Son bastante exigentes tanto en lo físico como en lo organizativo, en la logística. Es bastante demandante, permanentemente hay que estar atento a todo, cuidar todo y estar con el mínimo detalle de cada equipo, de dónde metés la pata, dónde cargas agua, dónde ponés el pie para no doblarte. Todo eso es una gran demanda de atención que empieza no 3 días antes sino 2 meses antes, que te vas metiendo en clima.
Es singular. No todas las carreras tienen tanta conexión con la totalidad de lo que uno está haciendo. Otras carreras son mucho más “voy, corro, vuelvo y ya está” y son pocas las cosas que te dedican tanta concentración. En el Cruce Columbia hay mucha concentración y preocupación, no puedes descuidarte nada.
C.: ¿Qué le puede aconsejar a quien está pensando en una primera experiencia en este tipo de carreras?
J. M.: Primero que vaya, si tiene ganas tiene que probar. Y después que, si la primera vez fue complicado, que intente una segunda para ver si lo vive distinto. No sé si hoy el que va por primera vez puede decir que lo disfruta, no sé si todos lo pueden decir. Yo creo que la primera vez es difícil disfrutarlo, por más bien que te caiga el clima, el paisaje, los campamentos y la vida en carpa, la primera vez lo único que te puede dar alegría es el entorno. Lo que ves, lo maravilloso que te rodea. Pero todo lo demás te pega fuerte.
Que no se desanimen, si les gusta una experiencia diferente y la montaña les parece un ámbito que les trae otra conexión con la naturaleza hay que intentarlo una y otra vez hasta sentirse más relajado. A mí las dos primeras no me resultaron fáciles. Yo empecé como a estar más canchero después de la tercera o cuarta edición. Y ahora después de varias ediciones me doy cuenta qué es lo que más uno aprovecha tanto en cómo maneja la carrera como la convivencia.