El Nevado Caraz, en Perú, era el objetivo de los dos jóvenes escaladores argentinos que perdieron la vida en el intento. Espontáneamente, montañistas de distintas nacionalidades se convocaron para ir a rescatar los cuerpos de sus infortunados colegas.
El Nevado Caraz, en Áncash, Perú, fue escenario de un operativo de impresionantes dimensiones y emotivas connotaciones con el objetivo de rescatar los cuerpos de Ian Schwer y Juan Pablo Cano, dos andinistas argentinos fallecidos cuando intentaban escalarlo.
Juan Pablo (23, Santo Tomé, Santa Fe) e Ian (30, Bariloche, Río Negro), fueron divisados ya sin vida, aún encordados, en una inmensa pared de hielo en Nevado Caraz, de 6.025 metros, uno de los picos más “técnicos” y remotos de la cordillera Blanca peruana.
Cano vivía en San Juan y era estudiante de tercer año de la Escuela de Guías de Montaña de Mendoza. Schwer era profesor de Educación Física, miembro de la Comisión de Auxilio y Rescate del Club Andino Bariloche, y tenía a su cargo el Refugio Frey.
Autoridades policiales locales dieron cuenta de la caída de ambos argentinos luego de ceder uno de los anclajes con que pretendían ascender el helado paredón. Otras autoridades mencionaron la caída de bloques de hielo como factor que habría provocado el lamentable desenlace.
Caraz en alerta
El jueves 11 de julio se conoció que Ian y Juan Pablo no habían regresado al hostel en la ciudad de Huaraz. Teniendo en cuenta que tenían previsto para entonces el regreso a Lima, de inmediato se reportó su ausencia.
Casi espontáneamente se conformó un primer grupo de avanzada que al día siguiente ya estaba en marcha hacia la base del glaciar del Nevado Caraz. Sobre el final de la jornada llegaron a destino. Y pudieron divisar los cuerpos de los dos muchachos en la pared, evidentemente sin vida.
Transmitida la triste novedad, ninguno de los convocados dudó en poner todo a disposición para recuperar de allí los cuerpos de los dos infortunados colegas.
Sin dudas
En esta época del año son centenares los montañistas que de todas partes del mundo acuden a las atractivas cordilleras bolivianas y peruanas para afrontar algunas de sus difíciles cumbres. Para muchos es una especie de “contratemporada” de Aconcagua y los Andes Centrales.
Así fue entonces que, en Huaraz, ya sumaban 4 decenas los voluntarios que se fueron convocando para la penosa tarea dejando de lado intereses personales, planes, familias y poniendo todo a disposición: equipo, conocimientos, enseres, insumos.
Ante alguna de estas lamentables peripecias, el espíritu del montañismo prima por sobre cualquier otro interés u objetivo.
“40 personas, de Argentina, Chile, Perú, Estados Unidos y España con un sólo objetivo. Sin egos, sin categorías, sin prejuicio. Trabajando en equipo, palabra tan nombrada pero no llevada a cabo en el deporte, trabajo, hogares, en la vida misma”. Los mismos rescatistas plasmaron sus pensamientos en un documento dejando constancia de lo actuado en el Nevado Caraz.
Voluntarios
Ellos fueron: Diego Cofone, Sebastián Pelletti, James Baragwanath, Ignacio Vázquez. Matías Korten, Valeria Vargas, Angelina Di Prinzio, Augusto (CH), Felipe Randis (guía mendocino con récord en la pared Sur de Aconcagua). Beto Pinto, Diego Arcos, Agustín Furth y Matías Lara (alumnos de la escuela de guías de Mendoza). Max (Mex), Gonzalo Caturelli, Matías Sergo (porteador de Aconcagua y récordman de ascenso en velocidad). Emilio Abudi, Pablo Tapia (guía y docente de la EPGAMT). Nicolás Secul, Emilio Aburto. Chopo Díaz, Soledad Díaz, Catalina Unein, Bernardo Gasman, Raimundo Olivos, Martin Oliger. Bernardo Concha, Meg Tounly, Miluska Liz, Manuel Ponce. Iker y Eneko Pou (los dos hermanos célebres montañistas vascos, reconocidos en el mundo entero). Mark Toralles, Tom Roger, David, Gonzalo Talo, Luciana Jezabel Juárez (dueña del hostel Campo Base, en Huaraz, puesto a disposición total de los equipos de rescate), César Chusky Pajuelo, Paula Haimovich, y los integrantes de la Patrulla de Rescate de Perú.
Cada uno aportó todo el equipo y el tiempo, sin guardarse nada. Los vascos trajeron su rotopercutor, otros pusieron equipo técnico carísimo, cuerdas de 100 metros, etc. Uno dispuso su utilísimo dron (cuestan una fortuna) para cooperar en la búsqueda. El hostel Campo Base en Huaraz se transformó en centro operativo. Se consiguieron vehículos. Guías cambiaron sus planes con sus clientes para participar. Escaladores renunciaron a sus objetivos para colaborar.
Al rescate
Las maniobras consistieron básicamente en sumar los esfuerzos y distribuirlos según la táctica definida. Con base en el refugio de la laguna Parón (a 4.155 m) se armaron dos frentes. Uno para apoyar al grupo de avanzada que retiraría los cuerpos del glaciar del Nevado Caraz hasta la base de la morrena para su posterior traslado en camilla. Y otros dos grupos irían por abajo equipando el descenso.
Se montó una bajada directa de 100 metros. Desde ahí se descendió a pulso en la camilla hasta un segundo rapel. Ya estaban próximos a la laguna. Allí esperaban los botes para terminar la evacuación.
-¿Qué es lo que los mueve a participar de un rescate? ¿Por qué arriesgar tiempo, negocios, equipo, y hasta la vida misma?- se preguntaron a sí mismos los rescatistas. –“Afinidad, amistad, hermandad, que en algún momento podrías ser vos, porque lo sentía necesario, no es algo ajeno a mí, por sus familias para que pudieran despedirlos físicamente, para que vuelvan a casa”– fueron las respuestas que surgieron.
El tácito acuerdo montañés al que para ellos no es siquiera imaginable renunciar jamás. En ese momento había un objetivo: recuperar los cuerpos. Y con esa idea se gestó este rescate y evacuación.
En su ley
Ian y Juan Pablo eran dos jóvenes personas técnicamente sólidas y físicamente muy aptos para afrontar el desafío complejo del Nevado Caraz, que lamentablemente les costó la vida. No eran improvisados y tenían perfecta conciencia de la complejidad y el riesgo que significaba su objetivo.
Sus familias arribaron a Huaraz para repatriar los cuerpos. Fueron recibidos y consolados por los mismos amigos que habían arriesgado sus propias vidas para bajarlos de la montaña, para que puedan completar el duelo.
Murieron en su ley. Demasiado temprano, pero en el hábitat que eligieron y haciendo lo que los hizo felices. Nada se les puede reprochar.
Descansen en paz, Ian y Juan Pablo.