Escriben: Sebastián Beltrame y Marine Israel | Patagon Mountain Travel Agency
La Cordillera Darwin, en el sector chileno de la isla de Tierra del Fuego, es un imán para muchos escaladores. Las condiciones geográficas, climáticas, técnicas y su difícil acceso, la hacen única entre los cordones de Patagonia.
Cada expedición o cumbre que se proponga en esta área, lleva en sí todo un desafío logístico no fácil de resolver. Se podría decir que es casi tan importante la planificación y preparación que la cumbre en sí.
Hace tiempo que con Marine (mi compañera de vida) venimos con la idea de explorar y subir una de las montañas icónicas de este lugar, el monte Bove. Esta hermosa montaña se sitúa en el límite Este de la cordillera y se puede ver fácilmente desde Ushuaia, en días despejados, que no son muchos.
La forma de sus líneas, los glaciares que lo rodean, los seracs que caen de su cumbre, la lejanía y cercanía. El enigma del lugar y nuestra hambre de exploración, nos hizo caer sin darnos cuenta en la extensa planificación que requiere esta empresa.
Pudimos recorrer 100 km en total en 5 días.
Aproximación náutica
Casi todas las expediciones acceden al lugar en velero, desde Punta Arenas o Puerto Williams, y se toman semanas esperando la brecha de buen clima para poder hacer montañismo, con el clima como factor determinante.
Pensamos en un ataque rápido a la montaña, no solo porque vivimos relativamente cerca, sino también por trabajo y familia. Por otro lado, no podemos disponer de un velero tanto tiempo por su costo.
Debíamos realizar nuestro proyecto en menos de una semana y con buen clima. Vaya suerte necesitábamos. Nuestro objetivo: acceder lo máximo posible al Bove con esquíes y luego, si el clima y las condiciones lo permitían, la cumbre.
Así organizamos una salida de siete días desde Ushuaia. Primero en el velero de Luis hasta Puerto Williams (isla Navarino, Chile). Después de las formalidades migratorias e hisopado, en el ferry que sale hasta Punta Arenas.
El barco nos dejará a cuatro horas de navegación, en la bahía Yendegaia.
De nuevo en la isla
Denis, un lugareño de origen suizo, nos ayudó a cargar todo el equipo hasta el puerto y nos contó sus experiencias en Yendegaia, cuando todavía no era Parque Nacional. Nos comentó del río homónimo, confirmando lo que sabíamos, no era fácil de cruzar.
Arribamos a las 20 al puesto 2 de Mayo, de carabineros. Nos recibieron de maravillas, la hospitalidad fue realmente increíble. Nos dieron el dato clave de dónde vadear el río que nos separaba de nuestro valle.
Al otro día muy temprano recorrimos casi 25 km con más de 25 kg en la espalda. Nuestro capricho de esquiar estos glaciares costaba a cada paso. No podíamos ir más livianos: más allá de los esquís y las botas, como no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar, llevamos el equipo de escalada en hielo y algo de roca, más la comida para seis días.
A las dos horas de caminar y después de vadear las aguas heladas del Yendegaia, abandonamos peso de comida para la vuelta.
De aquí caminamos sobre terreno limpio para seguir alambrados antiguos y picadas de caballos hasta el segundo vadeo del río Niemeyer.
A ciegas hasta el base
Nos adentramos en un bosque cerrado sin sendero entre calafates, ñires, renovales y castoreras, a paso muy lento. Los esquíes que sobresalían de la mochila no ayudaban para nada porque se enganchaban en todos lados.
Vadeamos un par de veces más y luego de cuatro horas, superamos esos cinco kilómetros letales, hasta nuestro campamento base.
En la jornada siguiente a las 4 AM comenzamos nuestro día de pegue llevando carpa, aislante, bolsa de dormir y algo de comida por si teníamos que pasar la noche. Son distancias largas sobre terreno técnico y desconocido.
La zona de la morrena fue un laberinto que logramos descifrar luego de tres horas. Trepamos entre pedreros, cañadones y hasta tuvimos que hacer un pequeño rappel para seguir subiendo.
Salimos al glaciar a media mañana y a partir de ahí nos colocamos los esquíes con mucha felicidad, ya que sabíamos que el paso iba a ser más liviano y rápido.
La longitud del glaciar Bove es aproximadamente de 6 km, más o menos planos. A medio glaciar nos encordamos por las evidentes grietas.
El día estaba espectacular y caluroso. El entorno aquí es único, el monte Bove coronando la vista, el Ada (subido por Simón Yates en 2001) y el Roncagli, un espectáculo para nuestros ojos. Son montañas impresionantes con hongo cumbrero al estilo del cerro Torre.
Técnica
Lo que seguía ya era muchísimo más técnico. Una pared de glaciar entre grietas a 40/55 grados de inclinación con nieve dura nos estimuló a escalar y esquiar. Fueron más de dos horas hasta el col o filo Este del monte Bove. De aquí se podía ver hasta la ciudad de Ushuaia y su bahía.
Este sector tampoco nos regaló la pasada, ya que el cerro tiene un glaciar colgante con seracs que tira sus hielos desde una altura muy superior al plano que estábamos pasando.
Pasamos casi volando por aquí, viendo hacia arriba todo el tiempo. Por suerte no cayó nada. Ganamos el segundo filo Este y pudimos ver que lo que imaginábamos que íbamos a esquiar, era solamente para bajarlo rappelando y subirlo escalando.
A esta altura ya era tarde y estábamos agotados por la larga travesía técnica. Decidimos vivaquear en el glaciar Sur y ver la línea de subida del próximo día.
Es realmente un lugar de ensueño. Abajo el canal Beagle, a los costados todo glaciar y arriba las montañas soñadas. En la subida, podíamos ver Ushuaia y el monte Susana. Tan cerca y tan lejos a la vez.
Para saber cómo venía el tiempo, pedimos un pronóstico por el satelital a un amigo. El clima venía mal para el día que íbamos a intentar subir. Decidimos esperar el amanecer para ver si realmente el pronóstico se cumplía o si teníamos la suerte que, como pasa seguido, le pifiaba contundentemente.
La decisión
Luego de una noche de frío, amanecimos con fuertes vientos y nubes amenazantes. Necesitábamos dos días buenos, uno para el pegue al Bove y uno para la esquiada para abajo sin grandes vientos y con buena visibilidad.
Cuando sopla así en Tierra del Fuego, en un lugar tan agreste, hay una decisión que vale, la de buscar refugio más abajo. Así fue, partimos con emociones encontradas en el corazón. Estábamos tan cerca. Es duro no ceder a la frustración. Salimos igual felices por lo realizado, y con la ilusión de volver.
La bajada fue desafiante. El plano de los seracs lo encaramos a todo lo que dan las piernas. Costaba no patinarse por momentos. Por suerte se podían leer las líneas de las grietas. A pesar de eso, pisamos una que cedió.
Luego descendimos el glaciar que baja del filo hasta el glaciar Bove, una bajada muy técnica, ya que estaba muchísimo más duro que el día anterior, por las temperaturas. Aprovechamos cada centímetro de los cantos de nuestros esquíes, esquivando grietas y seracs en pendientes de entre 40 y 50 grados en laberíntica bajada.
Con las piernas explotadas logramos llegar al glaciar Bove, desde donde solo nos restaban cinco km de suave pendiente que esquiamos con placer. Al terminar el glaciar, nos quedaba otro sector técnico, la morrena y el pedrero, y como esta vez lo agarramos por otro lado, era todo un nuevo desafío.
Luego de unas horas de luchar y buscando pasadas en la piedra, llegamos a nuestro campamento base donde habíamos dejado nuestras cosas dos días atrás.
La mañana siguiente, ya cansados por el ajetreo del pegue, comenzamos el descenso y por suerte logramos encontrar y seguir una pasada de hacheros. Y menos mal, porque hubiera sido super tedioso pasar de nuevo por los calafates.
Estancia Yendegaia
Tras de un par de horas por el valle viendo tropillas de caballos salvajes con una tormenta a nuestras espaldas, llegamos a la estancia Yendegaia, actualmente abandonada. Visitamos todas sus instalaciones, con pena de ver el deterioro y la cantidad de basura.
Elegimos la casa principal, bien cuidada al lado de los otros edificios. Con una linda luz azul por sus paredes y al borde de la playa. Era marea baja. Se veían los cauquenes y los caranca y se escuchaban los ostreros.
A mediados del siglo XX la familia de Don Pedro Serka se instaló en caleta Ferrari y solo le alcanzó el dinero para cercar parte del terreno y soltar animales para que se criaran libremente, desarrollando una estancia dedicada principalmente a la actividad forestal y a la crianza ovina.
En 1988 la vendió a la agrupación “Amigos de Yendegaia” y finalmente, a comienzos del siglo XXI pasó a pertenecer a la fundación Yendegaia, ligada a Douglas Tompkins.
En 2013 se traspasaron las tierras al Estado para la creación de un parque nacional, que oficialmente empezó a funcionar en marzo de 2016. Por ahora está cerrado a los visitantes y no hay ninguna senda habilitada.
Allí pasamos la noche y al día siguiente emprendimos nuestro regreso al puesto 2 de Mayo. Tramo largo de ruta (se realiza allí una gran obra para terminar la carretera austral) con vacas enojadas que no nos querían dejar pasar el último kilómetro.
Por fin llegamos a la caleta 2 de Mayo. La amabilidad de los carabineros es realmente un punto en el que hacer hincapié. En lugares remotos y de acceso super restringido, uno no espera tal hospitalidad. Encontrar gente tan amable es casi más importante que la cumbre.
Al otro día, con el corazón y el alma llenos, tomamos el ferry y nos prometimos regresar algún día. Que este lugar permanezca así por más tiempo. Remoto, inhóspito, maravilloso.