Este febrero tuvo lugar una experiencia integral en el monte Aconcagua (Mendoza, Argentina, 6.962 m), un desafío fuera de lo común y cuyo resultado, si bien no se lo puede calificar como exitoso, revela algunas particularidades de la práctica del montañismo de forma respetuosa, prudente e inteligente, que siempre es recomendable practicar. Tomar una decisión correcta es parte de esas buenas prácticas.
Dos atletas italianos especialistas en bicicletas y montañas, oriundos de la provincia de Belluno, en los Dolomitas, diseñaron el particular desafío “Nessuna Vetta é Lontana“, que no cuenta con precedentes: unir el nivel del mar en la Argentina con la cumbre más alta de América, Aconcagua. En bicicleta la primera parte y a pie la segunda. El objetivo era realizarlo en el menor tiempo posible y los cálculos preliminares indicaban que eso podía conllevar alrededor de 100 horas.
Aaron Lázzaro y Enrico Triches, con la asistencia logística de Stefano Canton, llegaron a Mendoza después de un interminable viaje aéreo. Salieron de Venecia, pasaron por Frankfurt en Alemania, San Pablo en Brasil para finalmente aterrizar, al cabo de un día y medio, en las vecindades del Aconcagua.
Durante todo un año los deportistas cumplieron con un estricto plan de entrenamiento y alimentación especial para el objetivo trazado.
Se vincularon con una asociación que atiende a pacientes infantiles de autismo, en la región donde viven. Así, a través del evento que iban a afrontar, contribuir económicamente en este aspecto.
Cientos de horas de preparación, diagramación, planificación y de conseguir sponsors y patrocinadores para poder solventar tan grande y lejana expedición.
Aclimatación y comienzo
La primera iniciativa en suelo sudamericano fue la de abordar en forma autónoma y veloz una montaña vecina, el Mercedario (Argentina, San Juan, 6.720 m), octava mayor altura del continente.
Era su última fase de entrenamiento y sobre todo de aclimatación a la altura. Si bien no accedieron a la cumbre, por las condiciones meteorológicas adversas, situándose a más de 6000 m de altura comprobaron estar en buena forma para afrontar el desafío final.
Regresaron a Mendoza y se dirigieron en vehículo a la ciudad de Buenos Aires, a orillas del río de la plata. Así fue que, con partes meteorológicos en mano, decidieron que era el momento de iniciar el enorme desafío.
El 9 de febrero a las 4:30 h de la mañana, comenzaron a pedalear Aron y Enrico desde el extremo Este de la Argentina, hacia su alto objetivo. Con el seguimiento y asistencia de Stefano.
Obstáculos y contratiempos
Apenas estaba amaneciendo, a tres o cuatro horas del inicio, cuando, a raíz del mal estado de la calzada de la principal ruta que los uniría con Mendoza, los dos ciclistas rodaron y sufrieron golpes y magulladuras de importancia. El efecto del golpe también lo sufrieron las bicicletas.
Por un momento pensaron que el intento había llegado a su fin, a escasas horas de su comienzo. Sin embargo, se repusieron, remendaron sus vehículos y continuaron estoicamente el periplo
Promediando el mediodía de la primera jornada ciclística, se vieron cara a cara con el que sería el principal obstáculo: la temperatura, el calor, por momentos más de 42º a sol pleno cayendo sobre sus cabezas.
Eso, sumado a la imposibilidad de pedalear de noche por lo peligroso del tránsito de camiones y vehículos en la ruta 7, los hizo andar más lentos. No podrían cubrir la cantidad de kilómetros por día previstos en la planificación. Las tres jornadas que planificaron para llegar a las puertas de Aconcagua, finalmente fueron cuatro.
Luego de 86 horas 7 minutos y 12 segundos, habiendo recorrido 1.289 kilómetros en bicicleta, más de 3.500 metros de desnivel positivo y a 2.800 metros sobre el nivel del mar, ingresaron solo con sus mochilas, a pie, al parque provincial Aconcagua. El objetivo de la segunda fase era alcanzar el punto máximo de altura del continente americano, lo más pronto posible.
Hacia la cima
A primera hora de la tarde del quinto día de expedición llegaron al campo base de Plaza de Mulas, para iniciar a primera hora del siguiente su intento de cumbre.
A las 3:30 AM de la sexta jornada comenzaron a ascender desde los 4.260 m. En menos de cuatro horas habían alcanzado el campo Nido de Cóndores a 5.550 metros de altura.
Físicamente estaban enteros. El tiempo de caminata hasta ese momento había sido óptimo. Pero, a partir de allí, comenzaron a sentir los efectos de la altura, pero sobre todo del cansancio de cuatro interminables días en bicicleta. Y les tocó experimentar en carne propia la calamidad climática que suele ofrecer Aconcagua para quienes desafían su cima.
El paso a partir de allí fue notablemente más lento, con ráfagas de furioso viento en contra, frío insoportable. Más el efecto de la altura sobre sus organismos, todo confluyó para no poder sostener el ritmo deseado.
A las 14:30 de esa tarde, Aron, Enrico y Stefano llegaron al refugio Independencia, a 6.350 m de altura. Una decisión se imponía. El esfuerzo había sido exageradamente grande y si bien la cumbre estaba a poco más de 600 m, y perfectamente a la vista, en esas condiciones necesitaban de no menos de cuatro horas para alcanzarla.
La decisión
La decisión fue no seguir. Continuar avanzando hubiera significado un riesgo irresponsable. En ese mismo exacto lugar, días atrás había fallecido un alpinista que intentaban la cumbre.
Hasta allí llegó el intento, a 6350 m de altura y a solo 612 m de su objetivo soñado.
Para algunos lectores desprevenidos, este relato podría titularse ‘fracaso de un desafío’. Para los protagonistas y para todos quienes reconocen el respeto que se le debe tener a la montaña, y muy en particular al complejo Aconcagua, fue una verdadera hazaña deportiva. Haber llegado hasta dónde llegaron, en el tiempo en que lo hicieron. En las condiciones que debieron soportar y con todos los obstáculos que tuvieron que superar.
La decisión de dar por terminado el intento sin lograr el objetivo fue probablemente la más trascendente e inteligente que hayan tomado en sus vidas. Una decisión francamente valorable.
Saber reconocer los límites que las circunstancias y el propio cuerpo imponen.
Tomar la decisión de renunciar a tiempo, es condición de los mejores montañistas de la historia.