La reciente expedición “Mission Everest 7 Days”, compuesta por ex militares británicos que coronaron el monte Everest (8.848 m, Nepal/China), el techo del mundo, en un tiempo récord de cinco días, gracias a un protocolo científico de aclimatación acelerada con gas xenón, ha dividido a la comunidad montañera. Mientras algunos lo celebran como un hito científico, otros lo ven como una transgresión a la esencia del alpinismo.
El debate trasciende lo deportivo: involucra ética, economía local y el futuro de las expediciones en alta montaña.
Un logro con asterisco
El equipo, liderado por la agencia Furtenbach Adventures, combinó meses de aclimatación en cámaras hipóxicas con sesiones de xenón, un gas que potencialmente estimula la producción de glóbulos rojos. Aunque usaron oxígeno suplementario y contaron con apoyo sherpa, su ascenso relámpago (frente al mes que suele demandar) desafía la tradición.
Lukas Furtenbach, organizador, insiste en que fue un “experimento controlado” para “mejorar la seguridad”, y no una incitación al récord fácil.
Sin embargo, la Federación Internacional de Montañismo (UIAA) cuestiona la falta de evidencia científica sólida sobre el xenón en altitud y advierte: “La aclimatación natural es irremplazable”.
Las críticas: economía y ética
En Nepal, el malestar es tangible. Dambar Parajuli, presidente de operadores de expediciones, alerta sobre el impacto económico si estos ascensos se masifican: el modelo actual, que sostiene a sherpas, guías, cocineros y campamenteros durante semanas, podría colapsar.
Además, el xenón fue prohibido en 2014 por la Agencia Mundial Antidopaje por su potencial efecto potenciador, lo que añade un dilema ético. Para puristas como el guía Adrian Ballinger, “acortar procesos con tecnología desvirtúa el espíritu del montañismo, que es enfrentar la montaña en sus términos”.
La defensa: innovación con responsabilidad
Furtenbach replica que su proyecto fue científico, médico, no deportivo, con monitoreo constante y fines benéficos. “No es un modelo replicable sin infraestructura”, subraya, y critica la “hipocresía” de quienes usan oxígeno en botella pero rechazan otros avances. “El Everest no perdona atajos -define-, pero tampoco debería perdonar el estancamiento”. Su argumento apela a un futuro donde la tecnología reduzca riesgos, especialmente para rescates o misiones urgentes.
¿Dónde trazar la línea?
El conflicto refleja el secular dilema entre progreso y tradición. Mientras la ciencia busca optimizar la seguridad, la montaña sigue siendo un territorio sagrado donde el tiempo y el esfuerzo son rituales de respeto.
Quizá la solución no sea prohibir, sino regular: exigir transparencia en los métodos, estudiar el xenón en altitud y, sobre todo, asegurar que las innovaciones no marginen a las comunidades locales ni conviertan al Everest en un laboratorio científico. Como dice Furtenbach, “la velocidad no sirve si sacrificas vidas”. Pero tampoco sirve ignorar que el alpinismo, como toda hazaña humana, evoluciona. La clave está en que esa evolución no pisotee la esencia de la aventura.
(Ph: Furtenbach Adventures)