María Ciudad Romero, una montañera aragonesa de 48 años, ha transformado su historia personal en un poderoso ejemplo de superación.
Diagnosticada con fibromialgia a los 15 años, ha enfrentado desde entonces una serie de enfermedades crónicas y degenerativas que complican su vida diaria.
Sin embargo, su espíritu inquebrantable y su pasión por la montaña la han llevado a realizar proezas que muchos considerarían imposibles.
Su más reciente hazaña fue alcanzar el campamento base del Everest, a 5.365 metros de altitud. Se convirtió así en la primera aragonesa y una de las pocas personas con enfermedades crónicas en lograrlo. “Se supone que soy la primera del mundo en hacer esta hazaña”, afirmó María con orgullo, en diálogo con CUMBRES.
Su bandera, ondeando al pie de la montaña más alta del planeta, lleva inscriptas todas las enfermedades que padece. Un acto simbólico para dar visibilidad a estos desafíos.
Mensaje desde la cima
La historia de María es inspiradora no solo por sus logros, sino también por su mensaje. En la cima del Monte Oroel, bajo la gran cruz metálica que corona la montaña, desplegó una pancarta que resumía su lucha: “Toda una vida luchando contra mi propio cuerpo y mente… Fibromialgia, enfermedades degenerativas, reumáticas, digestivas, crónicas y autoinmunes. A la cima no se llega superando a los demás, sino superándose a sí misma”.
Esa filosofía la ha guiado en cada ascenso, desde las Bardenas aragonesas hasta las cimas del Toubkal en Marruecos, Monte Perdido en los Pirineos y el Moncayo, en Zaragoza.
Cada paso en la montaña es para ella un ejercicio de resistencia y gratitud. “La sensación que siento cuando llego a la cima es de gratitud lo primero. Y después, satisfacción de haberlo logrado, como si la sangre, mi cuerpo y mi mente se regeneraran”, relata con emoción.
Superación más allá de las cumbres
El camino de María no ha sido fácil. En su ascenso al CB de Everest afrontó condiciones extremas, altitudes que dificultan la respiración y el desgaste físico adicional de tener dos huesos rotos. Pero su fortaleza mental la mantuvo firme.
“Mis tiempos son acordes a la media, a causa de mi fortaleza mental. Creo que llevo un ritmo adecuado para pensar que mi objetivo es llegar, pero sin prisas y disfrutando del camino”, explicó.
Esta filosofía no solo le ha permitido alcanzar cimas físicas, sino también emocionales. “Mis motivaciones son mis hijos, mis padres y mi persona. Quiero estar bien, verme fuerte y que ellos también lo vean. No quiero que sufran más”, expresó María, subrayando el impacto positivo que su esfuerzo tiene en quienes la rodean.
Reconocimientos y legado
El impacto de las hazañas de María trasciende las montañas. Su esfuerzo ha sido reconocido con dos premios nacionales que celebran su superación personal.
Para ella, estos galardones no son solo una validación de su trabajo, sino un estímulo para seguir adelante. “Me enorgullece recibir estos premios. Eso me impulsa a seguir en mi lucha, que no es en balde”, afirma con humildad.
Más allá de los reconocimientos, su ejemplo ha inspirado a personas de todo el mundo. Con cada cima que alcanza, María demuestra que las limitaciones no definen a las personas, sino su capacidad para enfrentarlas. Como ella misma dice: “En mi mente mando yo. Aunque también influya la suerte, el esfuerzo y la dedicación siempre están presentes”.
Futuro lleno de retos
María no planea detenerse. Su preparación física y mental sigue siendo una prioridad, y su visión optimista la impulsa a nuevos horizontes.
Su equipamiento, cuidadosamente seleccionado, incluye bastones que alivian el peso en las rutas, su inseparable bandera y, sobre todo, las ganas de seguir disfrutando de la montaña.
“Me centro en mi cuerpo, en los pasos que voy dando, en mi respiración y no le doy opción a la queja”, asegura.
Con esta mentalidad, María continúa derribando barreras, reflejando que la verdadera cima está en superarse a uno mismo.