Cornelia Grasser tiene 28 años y es camarera en Alberndorf in der Riedmark, Austria. Financió su viaje de 5 meses en Sudamérica con la confección de gorros de lana que ella misma tejió el logo de Mountain Addiction y con su trabajo en una hacienda rural en Austria. Además consiguió esponsoreo de una empresa argentina y el apoyo de su familia. Su sueño mayor es intentar un 8.000, como el Everest. Y espera cumplirlo en el futuro.
Todo comenzó en Chile, en el norteño desierto de Atacama.
Un amigo me invitó a subir con él el Llullaillaco (6.739 m) para completar su proyecto de subir las 10 montañas más altas de Sudamérica. Ese fue el momento en el que me obsesioné por la belleza y la áspera naturaleza de esas altas montañas.
Fui a Fiambalá a contactarme con Johnson Reynoso, el cerebro de la cordillera en la Puna. Me organicé y volví a Austria para conseguir el dinero para equipamiento y pasajes, y a finales de octubre llegué a Buenos Aires.
Manejé hasta Tafí del Valle para aclimatar y en unos pocos días ya estaba en mi paraíso de Fiambalá, el pequeño pueblo con cristalinas aguas termales. Conocí dos hombres que me invitaron a mi primera expedición.
Arrancamos en Quemadito y porteamos nuestras mochilas con 25 kgs hasta Aguas Calientes, al día siguiente a Aguas Vicuñas, y a continuación hasta el campo Arenal de las Mulas desde donde tuvimos nuestra primera vista del Ojos del Salado (6.893 m). Ascendimos el volcán Del Viento (6.028 m) para aclimatar y los dos hombres enfermaron y decidieron volver al pueblo. Tenía todo mi equipamiento por lo que decidió quedarme. Fui por mi cuenta hasta el campamento base del Ojos y en la siguiente jornada hice cumbre, con lágrimas en mis ojos después de un ascenso de 7 horas.
Después de descansar por la noche caminé hasta el campo de altura del Walther Penck (6.663 m) lo que me tomó más de 12 horas para llegar. Sufrí un principio de edema pero aun así decidí atacar la cumbre. Ya en la cima y con la vista de todas esas montañas a mi alrededor mi corazón latía cada vez más fuerte. A la mañana siguiente decidí poner rumbo a Fiambalá para tratar mi edema. Y ya a los tres días un conductor me llevó hasta Quemadito.
Luego de unos pocos días de descanso fui por el Incahuasi (6.638 m). En el refugio Las Grutas conocí al guía Arkaitz Ibarra y me ofreció ir con él y su cliente. El camino al campo base es muy largo necesitas ir en auto. Terminamos haciendo cumbre juntos y compartiendo esta increíble experiencia.
Johnson Reynoso organizó con sus amigos llevarme al Pissis (6.795 m) ya que tenía un asiento libre en su auto. Subiendo en vehículo hasta los 4.000 metros sólo precisamos algunas horas para llegar a nuestro campo de altura. Al día siguiente dejamos el campamento y alcanzamos la cima al atardecer, alrededor de las 19 horas. Descendimos de noche y con mal tiempo. El próximo día bajamos hasta el campamento donde nos esperaban en el vehículo con comida y cervezas.
Para Año Nuevo me fui a Aconcagua (6.962 m). Marcia esponsoreó mi permiso de ingreso y las mulas, porque como extranjera la entrada al Parque costaba cerca de 1000 dólares, muy difícil de afrontar para una viajera.
Debimos esperar en Plaza de Mulas 6 días en espera de la ventana de buen tiempo. Mi compañera de cumbre desistió en Plaza Canadá. En Nido de Cóndores encontré guías que había conocido durante la espera y decidimos hacer juntos la cumbre. Teníamos -40° de sensación térmica a 6.000 metros. Uno decidió descender junto a otro guía. Entonces encaré la cumbre en solitaria. Tuve muchas dificultades. El frío, el viento, la altura me debilitó y envejeció 40 años. Llegué a la cima, el sol salió y tuve media hora de clima de playa.
Luego me sumé al proyecto Mujer Montaña al volcán Tupungato (6.565 m) por el lado chileno. Tras tres días de ascenso arribamos al campo base de la montaña. Constante y fortísimo viento que se llevó no sólo mi esperanza de cumbre sino también mis lentes de sol. Después de esperar todo un día en el campo decidimos bajar.
La última montaña de mi temporada fue el Mercedario (6.710 m) que coroné con la gente con la que ascendí el Pissis. Llegamos a Barreal, una hermosa y limpia ciudad llena de gente amigable. El camino al refugio de la montaña llevó una hora y media hacia la cordillera en dificultosos caminos y cruces de puentes y ríos. Llevamos comida y equipamiento hacia el campamento de altura.
Tuvimos muy buen tiempo excepto por nuestro día de descanso que pasamos en las carpas soportando aullidos de vientos de 80 km/h a 5.000 metros. Se destrozó nuestra carpa y realmente pasamos frío. Al día siguiente fuimos por la cima. Una empinada caminata de 3 horas al principio que cambió a un tremendo tramo de 4 horas, y la última hora subiendo hasta llegar a la cumbre y disfrutar de la hermosa vista. Desde la cima se pueden ver varias lagunas y claramente el Aconcagua, que me quitó el aliento.
Bajamos con exhaustos pero felices rostros hasta el auto y fuimos directamente a Rafaela. Ahora me queda una semana en Argentina que pienso pasar en la playa, antes de poner rumbo a Austria, plena de fantásticos recuerdos que me dio Argentina. Volveré.