Mi nombre es Jorge Ceschini, un apasionado guía de montaña de Ayacucho que actualmente reside en Tandil. Junto a dos amigos, logramos la cumbre del cerro Penitentes, en Mendoza, en poco más de cinco horas.
La semana del 6 de enero, después de concluir una expedición con clientes en los hermosos picos Adolfo Calle y Stepanek, en el Cordón del Plata, descendimos hacia la zona de Polvaredas para disfrutar de un día de escalada en roca. La montaña siempre tiene algo especial que nos llama, y decidimos seguir explorando.
Acompañado por dos amigos de Tandil, Augusto López Gorozpe y Ariel Montiquin, nos dirigimos hacia Puente del Inca. Allí, en el hostel de Nico, con mi amigo Mati Cortizo, compartimos experiencias y risas.
Fue en ese ambiente relajado, con el mate en mano, que surgió la idea de conquistar el desafiante cerro Penitentes, que se alza a 4,356 metros sobre el nivel del mar en la Cordillera de los Andes.
La decisión estaba tomada, pero aún no habíamos definido cómo abordaríamos el ascenso. ¿Y si intentábamos subirlo en un solo día? Hacía tres años, un intento previo había sido frustrado por una intensa nevada. Sin embargo, el espíritu aventurero nos impulsó a intentarlo de nuevo.
La mañana del ascenso llegó, salimos del hostel a las 7:10 y minutos después dejamos el auto en la ruta. Sorprendentemente, en apenas dos horas ya estábamos superando el refugio Grajales. En ese punto, nos encontramos con un montañista que descendía de la cumbre, habiendo alcanzado la cima alrededor de las 11:20.
Duro e inolvidable
Recordaba la historia de un polaco que había completado la ascensión en 6.5 horas. Cuando miré el reloj, eran las 12 y nos encontrábamos casi en la cumbre. A las 12:34, logramos alcanzar la cima, marcando un tiempo de 5 horas y 24 minutos desde que partimos del auto. Fue una travesía increíble, desafiante y llena de emociones.
La ruta que elegimos nos llevó por una variante nueva que se sumerge en la quebrada del Penitentes hasta llegar al Hombro. A medida que avanzábamos, enfrentamos un terreno escarpado y duro. Pero la verdadera prueba llegó en la zona de cumbre, donde enfrentamos ráfagas de viento de 60 kilómetros por hora y temperaturas de unos 20 grados bajo cero.
El descenso fue igualmente duro, pero la recompensa fue inmediata. Al llegar al campamento, nos dimos cuenta de que la noticia de nuestro rápido ascenso se había extendido. La gente nos saludaba y nos aplaudía, reconociendo la velocidad que logramos en la montaña.
El momento en que cruzamos el campamento fue surrealista: un grupo de montañistas nos rodeó y expresó su felicitación por nuestro ascenso. Nosotros, perfil bajo, estábamos ansiosos por llegar al auto y disfrutar de la satisfacción de haber conquistado el cerro Penitentes en el día.
Fue una experiencia que quedará grabada para siempre en nuestras mentes, quizás como una muestra de la destreza y la resistencia, pero también de la hermosa camaradería que la montaña puede inspirar en aquellos que se atreven a desafiarla.