Guillermo Almaraz y Marcelo Bruno son amigos, pero sobre todo compañeros de aventuras por los Andes. El primero es un montañista experto y formado. El segundo, un veterano de la guerra de las islas Malvinas, en 1982. Los dos son argentinos.
En 2012, ambos diseñaron una nueva expedición para compartir. Pero esta vez con un ingrediente particular. Decidieron ir en mayo a Malvinas, justo cuando se cumplirían 30 años de aquel conflicto bélico indeseado e impensado. El objetivo, el monte más alto del archipiélago: Usborne, de 705 metros.
Es claro que a ambos los entusiasmaba la aventura en sí misma, el descubrimiento de nuevos espacios remotos. Pero inocultablemente para los dos ser argentinos, y además para Marcelo ser veterano que jugó su vida en esos parajes con solo 19 años, le aportaba al viaje una singular ansiedad.
En los preparativos dieron con información de un soldado británico que vivió varios años en la base militar de monte Pleasant, en la isla Soledad. El escocés halló en Malvinas “las mismas montañas y condiciones climáticas que lo hicieron escalador”, dice Guillermo en su blog Estilo Andino.
El hombre abrió la friolera -literalmente- de 12 itinerarios en invierno. Al momento de la expedición de Guillermo y Marcelo, una guía reflejaba más de 300 rutas en roca y hielo en Malvinas, sobre todo para abordar en invierno.
Los montañistas son conscientes que ni el Usborne ni las otras montañas malvinenses configuraban una dificultad deportiva técnica de importancia. Algo dificultoso podría llegar a ser el clima, frío intenso por latitud y época del año. La exigencia pasará por el entorno, por las emociones, seguramente.
Montes que son batallas
Nuestro dúo, mochilas al hombro, viajaron a Río Gallegos, donde abordaron el vuelo de LATAM que, proveniente de Punta Arenas, los sábados hace escala en la capital de Santa Cruz. Para su grata sorpresa, en el avión anunciaron que la salida era hacia “Malvinas”, y no hacia “Falklands”.
Segunda sorpresa aérea: cinco veteranos que revistaron en el Batallón de Infantería de Marina N° 5, con asiento en Río Grande (Tierra del Fuego), de protagónica actuación en la guerra, regresaban juntos en ese vuelo a las islas. Quizás para terminar con algunos fantasmas.
En una hora el avión aterrizó en la base militar de monte Pleasant. Allí, durante las tramitaciones de ingreso, comenzaron a percibir un permanente trato duro y distante, sólo quebrado por Arlette, la simpática anfitriona malvinense que los hospedó en su bed & breakfast de Puerto Argentino.
En un frío domingo, temprano y en Land Rover pusieron rumbo a Moody Brook, en el final de la bahía, donde una huella los condujo hasta las estribaciones del monte Tumbledown, en el preciso sitio donde los veteranos del BIM N° 5 combatieron, 30 años atrás.
Entre la bruma fueron ganando altura entre pastizales y terrenos anegados. Las cocinas del batallón, todavía en pie, atestiguaron su paso hacia la cumbre. Alejandro, uno de los veteranos, buscó durante horas aquel pozo donde permaneció 75 días con sus noches en 1982. No lo encontró ese día, pero sí lo hizo al día siguiente, para su catarsis.
Marcelo y Guillermo efectivamente llegaron a la cima del Tumbledown, a 250 msnm, donde la consabida cruz recuerda los caídos en la batalla.
El grupo completo visitó San Carlos, Darwin, donde se erigen los cementerios, el argentino y el inglés. En el trayecto, la toponimia sólo recuerda batallas y tristezas: Ganso Verde, Port William, Pembroke y el camino a Port Louis.
Una vez más los montañistas buscaron una nueva cima, esta vez la del monte William (220 m). El ascenso los gratificó con algunos bellos pasos de escalada. Pero ya en su cumbre, nada pudieron contemplar por la impenetrable bruma.
Al día siguiente fue el turno del monte Longdon (180 m), una larga y helada caminata hasta llegar a su cumbre. El Longdon también fue escenario de una tremenda batalla, la final, la del 13 al 14 de junio de 1982.
Usborne: techo de Malvinas
Qué dilema debieron enfrentar cuando pusieron rumbo a la montaña más alta de Malvinas. Su nombre es Usborne, sencillamente el nombre del cocinero del famoso Beagle de la expedición de Charles Darwin de 1833 y 1834, primeros en ascenderlo. Pero la cartografía argentina lo consigna como monte Alberdi, en la cadena Alturas Rivadavia, y no Wickham.
La decisión fue, razonablemente, pensar como andinistas y respetar el derecho de bautismo que le asiste al primero que alcance una cumbre.
Bien temprano desde Puerto Argentino (en este caso no rige el criterio andinista de toponimia), el guía local Tony Smith los acompañó en el viaje hasta Darwin, bajo la persistente y eterna llovizna.
Tomando el desvío a San Carlos, una desdibujada huella se adentra en la estancia Goose Green y lleva a Ceritos, donde comenzó la caminata, dentro de la bruma, a ciegas y con GPS. Pastizales y charcos al principio, pasto y roqueríos luego, hasta llegar a un filo de grandes lajas y rocas. Esa cresta conduce directamente a la meseta de cumbre, donde a pocos pasos ya se divisa el hito de la cima.
El libro de cumbre no refleja registro argentino alguno. Tras dejar testimonio, decidieron fotografiarse con la bandera argentina, también en clave de montaña, y no de nacionalismos. Por fortuna la bruma se había disipado y disfrutaron de una amplia panorámica de todo el archipiélago.
De regreso a la ciudad, confirmaron que desde 1982 ningún montañista de Argentina había siquiera intentado el Usborne. En prudente horario, para no herir susceptibilidades, Guillermo y Marcelo cumplieron con el rito montañés de festejar la cumbre con una buena cerveza. Esta vez en Globe Tavern, el icónico pub anti argento de las islas.
Y decidieron que fue una buena expedición. Descubrieron un nuevo rincón en el mundo, lograron una cumbre remota. Se sintieron bien, se sintieron montañistas y argentinos. Sintieron mucho más. Pero eso será materia para otras editoriales.