Fue en agosto de 1985, tras dos fallidos intentos en 1982 y 1983. La recordada expedición conjugó la euforia nacionalista por alcanzar el objetivo, con la angustia de un descenso crítico al extremo. Conrad Blanch, líder del equipo, repasó con CUMBRES los pormenores de la histórica ascensión.

Conrad Blanch, catalán de pura cepa, montañista de toda la vida. Alma mater y gestor durante décadas del centro de ski Soldeu, en Grandvalira, Andorra, fue además líder de la primera expedición que, con representantes de Catalunya, puso pies en la cumbre más alta del mundo, Everest (8.848 m, Nepal/China), en 1985.
Apenas unos días después del 36º aniversario de aquel magnífico ascenso, se produjo el encuentro entre Conrad y CUMBRES, en la elegante Rambla de Catalunya de la ciudad de Barcelona. No muy afecto a la arbitrariedad del calendario, evadió cualquier pompa relacionada con la fecha y se dispuso a contar entusiastamente pormenores y detalles de una hazaña que, en aquel entonces, puso al alpinismo catalán en el más alto de los pináculos.
De aquel excelso grupo, hicieron cumbre Òscar Cadiach, Toni Sors y Carles Vallès, y los nepalíes Ang Karma, Shambu Tamang y Narayan Shrestra. Además del líder, Conrad Blanch, integraban la cordada Joan Massons, Toni Ricart, Nil Bohigas, Jordi Camprubí, Jordi Canals, Lluís Gómez, Enrique Lucas, Jordi Magriñà, Xavier Pérez-Gil, Miguel Sánchez, Nima Dorje y Nawang Yondon, los dos últimos también sherpas.

Los preparativos
“En nuestra época, organizar una expedición era un proyecto. Hoy en día tienes un capital, tienes un presupuesto, apuntas un grupo y casi es llave en mano. Significa que has de anticiparte mucho. Yo tuve que viajar a Pekin dos veces para conseguir el primer permiso para el año 1983. Era ya una apuesta de futuro que inicié cuando me enteré que iba a abrirse el Tíbet para expediciones extranjeras, porque estuvo cerrado hasta el año 80 cuando Messner hizo la primera ascensión, en verano” rememora Conrad, haciendo alusión al fallido antecedente de 1983, también conducido por él.
“Tuvimos un grave percance cuando dos compañeros y amigos murieron en Manaslu en el año 1982. Quedé un poco solo porque el proyecto era con ellos. Reconstruí el núcleo promotor con un subjefe y dos personas más de mi confianza”.
Una parte importante de su labor fue la de buscar financiamiento, que compartió con el subjefe de la expedición, Joan Massons. Sin organismo oficial a la vista que los apoyara, conseguir el patrocinio de La Caixa, de Barcelona, fue determinante para la concreción de la iniciativa.

También le tocó el rol de armar el equipo, “buscar los alpinistas que pudieran congeniar desde un punto de vista técnico, humano, psicológico”. Y una vez en el terreno, dar prioridad a que el grupo funcione. “Esto no quiere decir que de entrada haya renunciado a la cumbre. Yo llegué a 7.600 metros. El día de la cumbre estaba a 7.000. Me desgasté quizás más en intentar coordinar la expedición”.
Estrategia de equipo
Conrad Blanch recuerda que, una vez arribados al campo base, la estrategia de ascenso ya no la impone un líder, sino que es fruto del consenso: “Lo que has de hacer es fomentar el diálogo y el consenso para conseguir establecer una logística de la montaña. Como se ha hecho en otras expediciones, tener un grupo de punta, uno de apoyo y uno descansando, haciendo rotaciones” explica.
Como en aquellas épocas no había previsión meteorológica demasiado precisa, resultaba algo aleatorio saber quién iba a tener la chance de hacer cumbre. Se aceptaba la rotación entre quienes hacían punta y avanzaban y quienes descansaban en espera de reemplazarlos.

Era la tercera expedición de catalanes al Everest, luego de un primer intento por el Khumbu, arista Oeste, en 1982, y la mencionada segunda del año siguiente, también sin cumbre. “La tercera pues era la vencida, había una presión importante”.
Había en la expedición un componente nacionalista catalán de importancia. Tanto es así que en la cumbre, Oscar Cadiach dijo “Escolteu, Catalunya ha assolit el sostre del món ¡visca Catalunya!”. Luego leyó una oda sextina que el poeta catalán Joan Brossa escribió para la magna ocasión. Mientras en el campo base se puso Els Segadors, himno de Catalunya.“Brutal, nunca más he visto algo parecido” rememora Blanch.
Descenso crítico
El recuerdo más traumático de Conrad Blanch de 1985 lo resume en una implacable sentencia: “Salvaron la vida justo al límite”. La referencia es al complicado descenso de la cumbre. “Se hizo tarde porque la nieve era una trinchera. Debían ser las 5 o 6 de la tarde cuando empezaron el descenso. De los 6 que llegaron, 2 sherpas bajaron por su cuenta, sufrieron un alud, se salvaron y llegaron al campo 6 a 8.350 metros. Una barbaridad”.

Pero los 3 catalanes y el otro nepalí no lo pasaron mejor. Quedaron debajo del segundo escalón. “A la mañana siguiente las voces estaban al límite, no había energía. Toni Sors superó mínimamente la crisis y diseñamos la estrategia de bajada. Estuvimos toda la noche dando consejos, intentando mantener el ánimo y la calma. En la madrugada, el día aclaró y fue un momento muy crítico”.
El sherpa, en un esfuerzo descomunal, logró descender unos 200 metros donde habían dejado un depósito de botellas de oxígeno para emergencias. Recuperó una y ascendió otra vez. “Se recuperaron justo con inhalar el oxígeno. Así, con muchas dificultades comenzaron a descender paso a paso” relata el líder.
También aclara que se utilizó oxígeno, en una medida muy leve, para dormir en el último campamento. El resto de la ascensión fue absolutamente sin oxígeno. “Yo diría que en un 90%. Pues es ético, y si se utilizó, se dice” aclara con una lógica y honestidad inéditas en estos tiempos de montañismo mediático.

Everest, a 36 años
La sensibilidad nacionalista catalana que despertó la histórica expedición al Everest, acabó por impregnar a toda una generación. “Aún encuentro mucha gente que hoy me envía mensajes preguntando cómo vivimos ese momento”.
“En aquel momento defendíamos el arraigo del nacionalismo catalán con una creencia dijéramos histórica, familiar y vivencial. Era todo muy espontáneo, no había ninguna influencia política que nos indujo a actuar de aquella manera”.
Hoy, a 36 años, Conrad Blanch reconoce que es todo bien distinto: “La montaña, el Everest, se ha desmitificado, esto ya no es un tema de orgullo nacional. Lo ha hecho mucha gente. Pero en aquel momento tuvo un gran impacto”.

Aborda la actualidad del alpinismo y se sorprende cuando en redes sociales se anuncian cordadas solitarias en Himalaya que luego aprovechan la infraestructura. “Se mueven autónomamente… pero si están las cuerdas fijas no las vas a obviar. En aquella época había que hacer todo, absolutamente virgen. Todo aquel mito de Everest hoy no es el mismo componente” compara.
Vincular pasiones
La entrevista va llegando a su fin. En clave reflexiva, Conrad reconoce un aparente pero interesante contrasentido entre la soledad que siempre buscó en el montañismo y sus largos años en Soldeu, donde la masividad de esquiadores es el logro.
“Yo quería gestionar en el mundo del deporte. Cuando me ofrecieron de trabajar en Andorra pensé por un lado voy a estar en un entorno de montaña, con la oportunidad de practicar en el monte libre, cuando tenga mi tiempo, en las pistas”.
Y así Conrad Blanch tuvo su oportunidad de disfrutar, en sus breves tiempos libres, de algunas de las pistas más especiales. Y de vivir a 1.700 metros, con el monte a la mano tanto para ski en invierno como para ascensiones en verano.
Hoy, retirado de la responsabilidad de estar al frente de la estación de ski, reparte su tiempo entre nuevos proyectos, consultorías y familia. Siempre entre Barcelona y, por supuesto, Andorra. Sobre todo porque “a nivel emocional y de amistades, Andorra nunca la podré dejar”.
(Fotos: gentileza @ConradBlanch)
