Apolinar Vargas nació en Bolivia. Se radicó desde niño con su familia en Mendoza y cursó su escuela primaria en el distrito rural de Ugarteche, donde su padre trabajaba en una finca.
“Cuando murió Perón -recuerda Poli, como lo llaman todos- me fui a San Martín, anduve por La Primavera, trabajé un par de años y después del Secundario quise estudiar Artes Plásticas. El dibujo y la pintura me resultaban fáciles y cursar Ciencias Agrarias, lo que conocía desde chico, no me permitía trabajar”.
Así ingresó a la Facultad de Artes de la UNCuyo. “Pensé que era una cuestión simple pero me di cuenta que hay muchos conceptos que se contradicen, es muy ambiguo el arte, los autores, las épocas distintas, se necesitaba mucho tiempo y eso me complicó”. Faltándole 7 materias para terminar la carrera, decidió abandonar.
Por esos años sufrió un accidente en su mano y ese indeseado episodio lo decidió a trabajar con la piedra: “Me costó al principio pero me obligaba a hacerlo para recuperar la mano. Me empezó a gustar”.
Así Poli, con gran esfuerzo y entusiasmo comenzó a crecer en el ámbito de la escultura, mientras se ganaba la vida con el noble oficio de la albañilería.
El problema para desarrollar su nuevo desafío artístico era el espacio. Hasta que hace unos 5 años empezó a trabajar en una obra de Daniel Mazzocca en su vivero “Almazén de Aromáticas” de Sierras de Encalada, Las Heras. El trabajo derivó en una buena amistad y en ese hermoso predio Poli encontró el sitio para en las “horas extras” darle vida a su arte.
En el Almazén, Poli Vargas realizó en 2012 una exposición de sus obras, que al final se transformó en permanente y hoy pueden allí contemplarse sus esculturas hechas en diferentes materiales: piedra del río Mendoza, granítica y basalto; madera de árboles erradicados por el municipio como olmo, ciprés, plátano y morera; chapa y hasta bronce. “Y también tengo trabajos en alabastro del Aconcagua” agrega orgulloso.
El estilo de Poli es principalmente figurativo, “porque se necesita gran habilidad técnica en cuanto a proporciones, es un trabajo muy lento y de mucha precisión. Luego manejar lo abstracto es más sencillo, más práctico”.
La temática destila americanismo, con soles, cruces y guardas. El rasgo o la esencia indigenista se revela en cada obra.
“No se puede vivir aún de la venta de las obras, pero el mercado siempre se mueve” admite, rescata los encuentros artísticos como el de Chacras de Coria y aboga por tener más encuentros como ese al año para mejorar las ventas.
Su vinculación con la montaña misma es tan estrecha como fallida. En una época ocupó algunos fines de semana para tallar la piedra de un cerro frente al puente de Cacheuta, pero no pudo concluir la idea, quizás por la inexperiencia. En otra oportunidad (siempre montado en su bicicleta y con buena ración de asado en su mochila) fue en busca del alabastro de Horcones, de una cantera situada junto al Parque Aconcagua. Trabajó tres días a la vera de la ruta despertando el interés de muchos turistas que por allí circulan. “Me corrió un guardaparques porque estaba depredando. ‘O te vas o te corro con Gendarmería’ me dijo. Yo le pregunté si no era más depredación la que se hace en el cerro con la dinamita”. Y más tarde recaló en el cerro de la Gloria, con su bicicleta, su mochila, sus piedras. “No puede estar aquí”, le reprochó una mujer de Seguridad. “¿Y si me quedo sin hacer nada?” le dijo Poli. “Así sí, si se queda ahí quietito no hay problema” respondió la guardia. “O sea que a los vagos los defienden y a los que laburan los echan” le sentenció Poli y emprendió la retirada.
Apolinar Vargas encontró en Sierras de Encalada, en el pedemonte junto al río Mendoza, su perfecto espacio para crear, para transformar la belleza natural de las piedras en un cabal producto artístico.