El mendocino Leandro Ignacio Luna (33) reparte exactamente por mitades su vida entre sus dos pasiones: la montaña y la fotografía.
“Busco capturar momentos y hacerlos inolvidables. Para mí la fotografía es trascendencia”.
El mendocino Leandro Ignacio Luna (33) reparte exactamente por mitades su vida entre sus dos pasiones: la montaña y la fotografía.
Cuando niño su padre tomaba fotos con una vieja cámara analógica, y en ese recuerdo reconoce la génesis de su pasión. El perfeccionamiento lo encontró luego con los viajes: “Tuve la suerte de viajar a Europa varias veces y en el camino me fui encontrando con fotógrafos de los que fui aprendiendo mucho. En Polonia con Etienne Malec, con quien compartíamos departamento, en Barcelona con Leandro Alí, amigo argentino fotógrafo profesional de quien sigo aprendiendo. En 2012 conocí a Ignacio “Nacho” Lucero, después de su accidente (*), hemos trabajado juntos y de él sigo aprendiendo como fotógrafo, guía y persona, su propia experiencia me marcó mucho”.
La pasión por la imagen se le fue revelando y transformando. Si bien no ha tenido Leandro una formación profesional, encuentra en la fotografía “un arte que te permite la libertad más allá de técnicas y estructuras. He tenido la suerte de aprender, mucho lo he ido descubriendo solo en prueba y error. Es un descubrimiento y un aprendizaje constante sobre todo con las nuevas tecnologías y con las personas que te dan esa versatilidad”.
Afirma que le gusta “retratar la pasión humana”, tratar de compartir su visión del mundo a través de su pasión y retratar la pasión de los demás.
Sus primeros recuerdos de montaña se remontan a campamentos durante la escuela primaria. Ya desde hace 17 años se unió a las salidas del Club Regatas, con el profesor Roberto Staringher y Antonio Mir. Fue así convenciéndose que se trataba de su otra pasión, y tan en serio la tomó que se propuso ingresar a la Escuela de Guías de montaña.
Descubrió entonces que la fotografía se potencia con la actividad de la montaña. “En la Escuela aprendí a retratar el progreso y autosuperación de mis compañeros, y eso ha servido de gran motivación”.
Aprecia de la montaña la variación constante de climas y luces, y por eso trata de tener en la cámara una configuración versátil, aunque después pueda corregir errores o mejorar la toma en computadora. “Pero si estás en la montaña y viene un cóndor volando… sacá la foto, dispará 100 veces si hace falta. La toma es simplemente un momento. Hay que estar, esperarlo y buscar la belleza donde parece que no está”.
Leandro Ignacio estuvo en Chamonix, Francia, donde escaló y fotografió con Hélias Millerioux, a quien conoció en Aconcagua. Anduvo por la Selva Negra en Alemania, Cracovia, Roma, Viena, Milano, Bélgica, Barcelona, Dresden, Berlin, Praga, Suiza y Dinamarca. “Al volver sabía que tenía que entrar a la Escuela, era necesario, casi inevitable”.
Como es obvio su futuro lo imagina viajando, descubriendo nuevas montañas y culturas, pero no descarta lo propio, el Aconcagua: “Será una fuente de experiencia y trabajo, ojalá sea un primer escalón para otros desafíos mayores. A nivel cultural es muy enriquecedor, aunque tenemos que replantearnos constantemente el impacto ambiental que ello significa”.
“La montaña y la fotografía son pasiones que no pueden ser reinventadas, son ellas las que te descubren día a día”.
(Facebook de Leandro: www.facebook.com/outlawphotographer)