Por Laura Horta
Cumbres …
No puede haber un nombre más cercano, el de esta revista, para el motivo de estas líneas.
Pues no hubo una sola cumbre, la cumbre del Manaslú (Nepal, 8.163 m). Fueron varias, una más importante y difícil de alcanzar que otra.
La antesala del campo base parece un capítulo de Heidi en la campiña: Montañas, valles, cascadas, puentes colgantes, ríos, pueblos, niños felices transportando en sus cabezas grandes canastos con víveres. Mujeres y hombres ayudándose en el trabajo de la tierra y en la bienvenida en los albergues para recibir a los cientos de expedicionarios que llegan de diferentes partes del mundo para acercarse a sus sagradas montañas, las más altas del planeta.
Gentiles, cálidos, serviciales por demás, ofrecen, además de su comida, su “dal bhat”, comida tradicional de Nepal. Se trata de un plato combinado de sopa de lentejas con especias, arroz blanco y verduras con curry. El característico “mo mo”, otro plato muy popular, unas empanaditas al estilo tibetano con especias nepalíes. Originalmente estaban rellenos de carne de búfalo, pero ahora también de cabra, pollo o vegetarianos.
Todo esto hasta que dejas el último pueblo, Samagaun, antes de llegar al base camp.
Párrafo aparte, Samagaun
Lodges, mulas, porteadores, helicópteros. Plantaciones, negocitos pequeños que venden todo lo necesario para nosotros, los escaladores, “the climbers”.
Desde allí anhelas que las nubes monzónicas se muevan para poder divisarlo. El Manaslú. La “montaña de los espíritus”.
Desde abajo se divisaban las “casas de té” que, por desconocimiento, imaginé como confiterías de montaña. Cuando pasé por unas carpas abiertas en medio del camino al base con leños encendidos que calentaban unas cacerolas y muchas personas amasaban y porteadores que se detenían. Pasadas unas horas me enteré, con sorpresa, que esas eran las “casas de té”.
Y llegás
Llegas al base y no lo podés creer. Es un gran espectáculo. Será tu hogar lejos de tu hogar, al que llegarás una y varias veces más desde arriba, pues cada rotación termina allí donde está tu carpa, tu comedor, los cookers, baños, ducha. Caminos de piedras, fuentones para lavar tu ropa, comedores colmados de provisiones, cómodas sillas. Lo más deseado: enchufes para conectar teléfonos, linternas y bancos de batería que se encienden unas horas al día con un generador.
Todo creado y armado con fuertes carpas y piedras que sostienen los tensores de la “mágica ciudad de altura”.
A este espectáculo se suman los muchos “altares” adornados especialmente por cada compañía para la ceremonia de la “Puja”, un ritual budista de honra, adoración y devoción. Allí los sherpas rezan sus libros sagrados para todos los miembros de la expedición.
Con mucho respeto y devoción se vive por parte de todos. Yo, personalmente, siento que gran parte del éxito de mi ascenso se debió a este momento que viví, muy espiritual y profundo.
En el momento de las ofrendas se lanza al aire harina y arroz para purificarlo todo. Bebimos whisky, cerveza y Coca Cola. Colocamos cerca del altar nuestros elementos que también ofrecíamos para que la montaña permita nuestro ascenso. Pude poner la bandera argentina, otra que mi familia me dio con fotos, y varias más, junto a mis crampones, botas y bastones, para ser bendecidos.
Todo el mundo en el campo base es muy fuerte, profesional. Todos dan la sensación de conocer la montaña, de ser experimentados en la escalada. Y yo allí, si bien no soy experimentada, tampoco una improvisada. El aire de vanidad que se respira, te hace sentir un poco en desventaja.
Ilusión e incertidumbre
Agitada, la soledad pega fuerte. Tanto como la ilusión y la incertidumbre.
Ilusión e incertidumbre que te llevan a dar cada paso hacia arriba, con miles de estrategias para no detenerte. Pensás, contás cada uno de los pasos, escuchás algo de música. De pronto lo mejor es no pensar, no contar más los pasos y menos escuchar música…
Toda una gama de sensaciones juntas. La cuestión es resistir, persistir, insistir. Ahí el entrenamiento que semanalmente hago con el Team Aventura vibra fuerza, toma todo el sentido y sabés que “si vas a sufrir que sea para lograrlo, para seguir para arriba, no para bajar”. Mi entrenador, Sergio Furlan, para ello nos prepara. Fue él quien alguna vez me dijo “Laura, tenés cabeza para subir un 8000”. Y no se equivocó.
Momentos duros si los hubo fue primero decidirme a escribir cartas para dejar en casa a los míos. Segundo, la noche casi trágica a pocas horas de la cumbre, en camp 4, traspasando todos los límites que nunca pensé tenerlos así tan cerca.
Una noche de tormenta, en una carpa para cuatro, 17 personas encimadas tratamos de ayudarnos y sobrevivir. Mi claustrofobia se transformó en una fortaleza. Di gracias por estar acompañada y bajo un techo.
Ahí mi sherpa me dijo las palabras más duras que podía escuchar después de todo lo que había pasado para llegar a estar a casi 7.500 metros: “Finish expe Laura, unsuccesfully summit”. Yo solo atiné a responder: “I don’t want to go down, I want to go up!”
Fue un gran momento de fuerza interior. La magia, el poder de la convicción, el de un espíritu casi indomable. Ella, la 8ª montaña más alta del mundo así lo quiso, así lo decidió y lo permitió.
La soberbia y la vanidad
Uno piensa que quien ama la montaña y la naturaleza es un tipo de persona especial, libre de ciertos vicios humanos. Pero no.
En este escenario mayor aparecen los más experimentados escaladores, los que se enfrentan a las montañas más altas del mundo. Entre ellos, hay quienes creen que, por serlo, tienen más derecho que los que, si bien no somos experimentados, tampoco improvisados.
Escuché a algún argentino hablar de “turistas montañeses” o el más personalizado “esa minita hasta dónde pensará llegar”. Menosprecian y especulan si vas o no con oxígeno, si lo pusiste a 2, a 3 o a 4, si vas o no con un sherpa. Y así especulaciones que quedan muy por fuera de las verdaderas cumbres que uno alcanza. La montaña está dentro nuestro, dentro de los que la amamos, con igual derecho todos.
Todos la soñamos, todos la respetamos. Que cada cual disfrute su propia cumbre, que no necesariamente está en el punto más alto. Todos debemos aprenderlo, hasta el mejor del mejor de los montañistas. Somos primero humanos, que amamos lo mismo.
(*) Laura Horta (54, Mendoza, Argentina), en el marco de la iniciativa social y educativa Project8000, logró la cumbre en el sexto monte más elevado de entre los 14 ochomiles, el Manaslu (Nepal, 8.163 m), a las 11:45 del 28 de septiembre de 2022.