Una bella historia de sueños y solidaridad protagonizada por tres amigos italianos que quisieron subir el Aconcagua. Con esa iniciativa, ayudaron a un pueblito de los Apeninos afectado por los terremotos de 2016 y 2017, que hoy se reconstruye. Un hermoso gesto que demuestra que la convivencia con las montañas mejora vidas.

Los tres amigos montañeses Roberto, Giovanni y Marco, viven cada uno en su pequeño pueblo en la provincia de Macerata, en la región de Le Marche. Son comunas vecinas, encaramadas en suaves colinas que ya sugieren los cercanos montes Apeninos, frente a la costa italiana del mar Adriático.
Desde adolescentes frecuentaban cada vez que podían los cercanos montes Sibilinos, parte de los Apeninos centrales que invariablemente divisaban a diario desde sus ventanas urbanas. Especialmente el monte Vettore, el más alto de la zona con 2.476 metros.
Soñaban algún día los tres ascender enormes y remotas montañas, esas que, según noticias que recibían, conllevan un desafío mayúsculo que abordar en planificadas -y costosas- expediciones. Kilimanjaro, Denali o Aconcagua, comenzaron a formar parte de sus anhelos.

La terra trema
24 de agosto de 2016, 3.36 AM. Un terremoto de magnitud 6, con epicentro entre las comunas de Accumoli, provincia Rieti en el Lazio, y Arquata, provincia marchigiana Ascoli Piceno, sacude al centro de Italia. Y da lugar a una fatal secuencia sísmica. Sólo esa noche murieron 51 personas en Ascolano y 299 en toda la zona afectada.
El 26 y el 30 de octubre, dos movimientos más, el último de 6,5 de magnitud, se encarnizaron con la provincia de Macerata, en Marche. El 18 de enero de 2017, con una magnitud de 5,1, otra vez la tierra se conmovió bajo la misma zona.
En toda la secuencia de casi cinco meses hubo 65.500 réplicas, 3.500 de magnitud mayor a 2,5 y ocho de más de 5 grados. Las consecuencias totales: 303 muertos, 388 heridos, 41.000 desplazados de sus derruidas casas.

Una de las comunas afectadas fue la más pequeña de toda Macerata, la montañosa Monte Cavallo. Está situada en las postrimerías septentrionales de los Sibilinos, y tiene poco más de 150 habitantes.
Una idea solidaria
Roberto, Giovanni y Marco en esa primavera de 2016 ya pensaban en serio en ascender el Aconcagua, el monte más alto de América. Para ello, y habiendo sumado a Anselmo, primero como sponsor y luego como integrante, comenzaban una artesanal campaña de recaudación de fondos entre amigos, conocidos e influencias, para afrontar el costoso desafío.
Conmovidos por las terribles consecuencias de los terremotos en su región, tuvieron una idea. Le sumaron a su emprendimiento un condimento solidario que aporte algo de ayuda a las víctimas.

Un día se presentaron ante Pietro Cecoli, el sorprendido alcalde de la pequeña Monte Cavallo, cuya única obsesión que ocupaba su vida era la de reconstruir su paesino.
Con la relevancia mediática que cobraban por su expedición al Aconcagua, propusieron en la misma iniciativa derivar parte de los fondos recaudados a la quimera reconstructiva de Monte Cavallo.
Así los amigos lograron, con ingentes esfuerzos, reunir el dinero para, además de subir el Aconcagua, contribuir en la escala que fuera con sus vecinos montañeses.

De los Apeninos a los Andes
Con el estandarte oficial de Monte Cavallo para exhibir en la cima, allá fueron tres de los cuatro italianos, en enero de 2018, a intentar el Techo de América.
No haber podido superar los 5.500 metros del campamento Nido de Cóndores sólo fue una anécdota. Ninguno de los tres es experto montañista. Son amantes y aficionados a la montaña, que no dudaron en dar su mayor esfuerzo para un intento que valió la pena.
Retornaron y en Monte Cavallo fueron recibidos como héroes. La expedición hizo visible a la pequeña comuna, lo que contribuyó fuertemente para la ansiada reconstrucción. En febrero de 2019 el alcalde los galardonó con la cittadinanza onoraria.

Se cierra el círculo
Septiembre de 2021. Un cronista de Cumbres recorre los Alpes italianos en busca de nuevas historias de montaña para contar.
Enterados en Macerata, gli amici marchigiani lo invitan a conocer su terruño montañés en los Apeninos. Prometen para convencerlo un pantagruélico asado ítalo argentino imposible de rechazar.
Al día siguiente, periodista y amigos parten en coche hacia Monte Cavallo, en un viaje de una hora y media.

El alcalde Pietro Cecoli recibe a los visitantes con la simpleza y hospitalidad imaginada. La que naturalmente surge de un montañés sacrificado y orgulloso de su tierra. Cuenta de la reconstrucción y del ingenio puesto en ello a falta de ayudas oficiales que, desde las ciudades centrales, brillan por su ausencia.
Monte Cavallo exhibe aún las heridas del terremoto, mientras avanza sin pausa y con mucha prisa para que todos sus habitantes retornen a sus hogares reconstruidos. Están muy cerca de lograrlo.
El entorno es un festival para los ojos. El puñado de casitas impregnadas en las montañas -verdes, boscosas-, comunicadas por un par de serpenteantes callecitas casi verticales. Todo confluye en la pequeña plaza central donde conviven dos o tres edificios oficiales en reconstrucción con varias cabañas prefabricadas aportadas para superar la contrariedad.

Con regalos para todos y promesas de reencuentro, el alcalde despide a los alpinistas y su paparazzo. En el retorno, la conversación se enciende y las sonrisas persisten. Todos sienten una inocultable felicidad de lo que la montaña, o mejor dicho el amor hacia ellas, puede unir y lograr. Aconcagua, Apeninos, Andes. Amigos, sueños de cumbres. Desgracia, solidaridad, esperanza y sacrificio.
El sol se oculta tras los Sibilinos. Una vez más la montaña, sin géneros ni fronteras, la montaña como forma de vida, es vehículo para cumplir sueños, para lograr metas, para mejorar vidas. Y para fundar amistades que durarán por siempre.
