Una cordada de dos experimentados andinistas rosarinos logró el primer ascenso al monte “De los Diablos”, de 5.090 metros. Se encuentra en el remoto sector del Potrero Escondido, por la quebrada Blanca, en la provincia de Mendoza. Relato en primera persona, por Glauco Muratti.
Se dice que el montañismo ha quedado en el pasado. Se habla de nuevos materiales, oxígeno, helicópteros, distancia y velocidad, cuerdas fijas y jumares. De un futuro que quedará restringido al juego de empresas, clientes y montañas transformadas en parques temáticos.
Pero los Andes son todavía salvajes, tienen valles y cumbres vírgenes y -por mucho tiempo- permitirán mantener la esencia de la actividad: autonomía, austeridad, humildad, rusticidad, preservación del espíritu de cordada.
Entre el 15 y el 21 de octubre, con Ezequiel Dassie (Grupo Rosarino de Actividades de Montaña) realizamos una excursión a los cerros del Potrero Escondido, en Mendoza.
Potrero Escondido
Partiendo del pueblo de Penitentes, la primera jornada transcurrió por el paisaje que la nevada había dejado en la quebrada de Vargas. Acampamos en el portezuelo Serrata para bajar al segundo día hasta el río Blanco, recomenzando el ascenso por el desconocido “Cajón Norte del Potero Escondido”.
Este espacio (difícil llamarle valle), está profundamente perturbado por la erosión. Estrechos cañones, barrancas de material suelto, protuberancias de yeso, acumulaciones de nieve invernal. A 3.800 m, ya nevando, armamos la carpa. De una exploración resulta irnos a dormir tristes, porque parece no haber paso.
El tercer día avanzamos por un estrecho arroyo donde caen feas piedras. Nos detuvo un estrechamiento de yeso, después de varios inútiles intentos de escalarlo. Hay que volver.
Subimos una canaleta helada a la izquierda que desemboca en un acarreo y horas más tarde una especie de cumbre donde festejamos: podremos instalar la carpa en una zona de glaciares de escombros en la base de la montaña (“La Cancha”, 4.300 m).
Dado que parece muy difícil intentar la cara Norte de la novedosa montaña, al amanecer atravesamos nieve dura a 35°, luego unos estratos geológicos (III grado UIAA, no caerse) y el acarreo principal hasta el collado “del medio”, a 4.790 m.
Al observar la cara Este de la montaña no visualizamos cómo sortear el laberinto de riscos y torres de roca descompuesta. Esta incertidumbre es una dificultad adicional. Consultamos una antigua foto: la esperanza es ir hacia el Sureste, una pendiente de nieve que no vemos.
Exploración y decisiones
Mi compañero mantiene el espíritu, creo que la disciplina del deporte juvenil mejora la capacidad de superar estas situaciones.
Hay que atravesar. Me toca abrir huella, descendente. Comprimido entre roca empinada y una pendiente de nieve que en pocos metros desaparece en un abismo, me siento algo inseguro. ¿En qué lugar de las escalas de dificultad se sitúa un lugar como este?
Con nieve profunda hay un par de preocupantes travesías laterales. Ezequiel abre la huella en 150 m de desnivel (rompo un grampón y lo único que hago es seguirlo).
Cumbre De los Diablos
La cumbre tiene mal aspecto (empinada y podrida), pero en mi experiencia casi siempre se puede pasar. Son pasos de baja dificultad. No hay rastro humano y cumplimos el ritual: bautismo, pirca y comprobante. Estamos exactamente a 5.090 metros. El nombre, cerro De los Diablos, se debe a llamativas formaciones en el filo Sur que parecen diablos bailando.
En pocas horas estamos en la carpa.
A la noche la montaña vuelve a blanquearse. Rápidamente dejamos el lugar y perdemos altura, cruzamos el río Blanco y con un cielo de muy feo aspecto apuramos el ascenso hacia el portezuelo Serrata.
La nieve cambia, copos grandes, pesados y húmedos. Nos mojamos, pero nos sentimos en casa. En lugar de bajar hasta la ruta, disfrutamos de un vivac. Ya habrá tiempo mañana.