En el marco de un proyecto documental llamado Sobre los Cielos de América, cuyo hilo conductor es el ascenso invernal a los montes Pissis y Aconcagua, ascendimos a la montaña más alta del continente a fines de septiembre, en el límite del período invernal.
Por diversas cuestiones, nuestro permiso de ascenso especial se fue dilatando y se nos otorgó muy cerca del fin del invierno. Por eso tuvimos que planificar un ascenso rápido y ligero, ingresando por el valle de Horcones.
Sin mucho tiempo que perder, fuimos ascendiendo de campamento en campamento hasta que el 22 de septiembre, un excelente día, se logró la cumbre. Yo debí quedar en plaza Cólera -no me sentía muy bien-, mientras el “Vasco” continuó solo hacia la cima.
Ese mismo día descendimos hasta plaza Argentina, para salir del parque por la quebrada de Vacas y completar así la travesía invernal 360°.
La realidad es que la cumbre fue lograda fuera del término normalmente establecido (21). Pero, hilando fino, entendemos que lo que marca el fin del invierno y comienzo de la primavera, es el equinoccio, este año el 23 de septiembre a la 1:04 am.
Sea como fuere, la realidad es que las condiciones que nos tocaron fueron realmente invernales, con mucho frío y mucho viento. A los fines prácticos de la verdadera razón por la que fuimos, el documental, las imágenes sirven.
Callados y constantes
Siendo Aconcagua una montaña muy comercial y donde se ve de todo, durante la expedición tuvimos la posibilidad de reflexionar sobre las maneras de hacer montaña y cómo llegan éstas a ser aplaudidas o pasan desapercibidas.
Toda expedición a la montaña debe empezar con una motivación, por ejemplo, conocer un nuevo lugar, llegar cada vez más alto. Más la motivación principal de superarse a sí mismo.
A medida que uno gana experiencia, busca cada vez objetivos más ambiciosos, ya que el montañismo no debería ser más que una lucha contra uno mismo, interna y personal. Las ansias de superación constante deben sonar con fuerza. Conformarse con lo logrado y vivir de las hazañas del pasado, es todo lo opuesto a nuestra forma de vivir la montaña.
En la actualidad, en este mundo globalizado de redes sociales, el narcisismo ha cobrado más fuerza que nunca. Abundan quienes visitan las montañas solo en busca de likes.
Encontramos también personas que, desde la comodidad del hogar, solo saben opinar sobre las personas que hacen cosas. Nuestro primer lema es ese, ser del grupo de los que hacen, y no de los que hablan. Callados y constantes.
Soledad en estado puro
En los últimos años, el “Vasco” ha perfeccionado una forma de hacer montañismo. Y la ha llevado a otro nivel. De esta manera, reescribiendo la historia de las montañas más altas de América.
¿Cómo lo hizo? Practicando el montañismo más puro posible. En completa autosuficiencia y autonomía. Realizando grandes travesías, encarando las montañas en su época más adversa. En resumen, buscando nuevos desafíos y economizando medios artificiales. Y, sobre todo, sin temor al fracaso.
Cuando uno se anima a soñar en grande, sabe también que el fracaso puede ser grande. De hecho, como todos sabemos, en la montaña son más las veces en las que uno no llega a la cumbre, que las que sí.
Hemos planteado expediciones locas de solo pensarlo. Los primeros ascensos invernales a algunos 6500, o la travesía del Pissis, son algunos ejemplos de que en pleno siglo 21, cuando ya todo está hecho, en realidad, si uno se anima a despegarse de lo rutinario y masivo, aparecen retos interesantes.
Nuestros Andes guardan aun un lujo super valorable: la soledad. Estar solos en la montaña, en completa sintonía con la naturaleza, es lo que nos mueve. No buscamos la masificación, sino todo lo contrario. Y eso fue lo que más disfrutamos de nuestra visita fuera de estación al Aconcagua.
No se busca el reconocimiento. Llega como consecuencia.
Solo buscamos elevar nuestra propia vara, exigirnos cada vez más, llevar el cuerpo al límite y desafiar los conceptos del montañismo.
Los avances tecnológicos son buenos. Cada quien es libre de visitar la montaña como le plazca. Solo se debe cuidar y respetar la flora, la fauna.
El Aconcagua es, lamentablemente, un buen ejemplo del uso, pero sobre todo del abuso de la naturaleza. La sobreexplotación de las mulas, o la contaminación que generan tantos visitantes, contrastan con los principios de un área protegida.
Placer por lo simple
Tuve la suerte de conocer a mi ídolo de la montaña, el español Carlos Soria. Es el montañista más grande que conozco y no por su edad -al contrario, denota vitalidad-, sino por su sabiduría. Nunca vi tanto ejemplo de grandeza en una sola persona.
Entre tantas enseñanzas, Carlos supo decir: “Cada uno es libre de ascender como le plazca. El problema está en la mentira y en no ser sinceros consigo mismos y con la comunidad montañera”.
Claro, es que, en tanto años de actividad, Carlos ya ha visto todo tipos de situaciones grises y poco claras.
Las redes exarceban las tonteras y fomentan la mediocridad. Hay espacio para la duda en muchos casos a nivel mundial.
Se exageran ciertos logros, que hoy son moneda corriente. Por experiencia propia, sé que subir un 8000, ante cumbre Manaslú por ejemplo, no es ningún logro que merezca reconocimiento, sino todo lo contrario. Prácticamente cualquier persona que nunca subió una montaña, lo puede hacer. No hay nada de elogiable en ello.
Si vamos a la montaña movilizados solo por nuestra fuerza interior, ¿para qué queremos entonces el reconocimiento? Realmente ¿qué tiene de importante subir montañas? Absolutamente nada.
¿A quién le debería importar lo que sube o no el otro? A nadie. No hay nada de grandioso en pisar un poco de tierra más alta que otra.
Todos estos pensamientos pueden sonar crudos, pero reflejan nuestra forma de ver el montañismo actual y la forma en que nos gusta encarar una expedición. Cada quien puede visitar la montaña como le plazca. La realidad es que lo único importante es eso, visitarla, caminarla, recorrerla y, sobre todo, cuidarla.
Sigamos disfrutando la montaña en su sencillez. Disfrutemos lo simple de la vida en la montaña. Y que siempre estén presentes esos pequeños condimentos que potencian cualquier aventura. Un buen compañero, un buen mate y buena música. Todo lo demás, está de más.
Ulises Kusnezov