Es uno de los circuitos de trekking más convocantes del mundo, en el corazón del Himalaya. Una apreciación emocional y profunda del majestuoso circuito de los Annapurnas, en palabras de un apasionado caminante.
Por Federico Bregant
Cuando decides empezar con la actividad de caminar las montañas, se hace visible otro mundo, un tanto desconocido. Creía que las cumbres se conquistaban con dolor, frio, hambre y sufrimiento. Pero en el camino me esperaban cumbres imponentes, silencios reparadores, postales inimaginables. Aromas, sonidos, colores, relaciones humanas impensadas.
Empiezas a mutar: se cambian las costumbres citadinas por las de aire libre. Cielos inmensos, conocimiento interior y asombro. Externamente te vistes diferente. Indagas sobre equipamiento, marcas, tipos de ropa, mochilas, grampones… Otro espacio, otras necesidades, otra manera de llenar una mochila.
También conoces montañas y circuitos, algunos más fáciles, otros más técnicos. Empiezan los desafíos, y casi sin darte cuenta, los vas clasificando en posibles e imposibles.
El circuito de los Anapurnas estaba en los imposibles. Leía las experiencias ajenas como propias… ¿cómo podía ir yo a semejante lugar?… el solo hecho de nombrar Khatmandú me hacía acordar al viejo libro Flash, de Charles Duchaussois.
Pero para que los sueños se cumplan, se trabaja, se capacita, y conscientemente te unes a otros soñadores. Y eso fue lo que pasó. Recibí esa invitación de los amigos de Alto Rumbo: ¿Nos vamos a Nepal… Venís?
Sería muy extenso contar los preparativos, las charlas familiares y amigos. Pero puedo aseverar que estos momentos ya son parte imborrables de esa aventura. Khatmandú es misterio, aventura, un sueño por cumplir.
Llegar a la capital de Nepal habilitó lo soñado y lo no soñado. Yo estaba ahí, en la ciudad inmensa, ordenada en su desorden. Un primer aprendizaje dice que “no se puede comparar una cultura, viviendo en otra”. Solo disfrutar y sorprenderse, confiar y dejarse traspasar por lo otro, lo diferente, lo mágico. Lo distinto.
Camino al cielo
Fueron 15 días, 250 kilómetros caminando, más de 30 puentes colgantes, 16 ciudades y caseríos. Nativos con miradas nuevas, naturaleza milagrosa. Todo difícil de abarcar y comprender desde la finitud humana. Y el aire enrarecido, el corazón a galope al llegar al punto más alto el paso Thorung La, a 5.416 msnm.
Luego del asombro, las miradas que inauguraban otros mundos. Eso fue admirar y palpitar montañas de 7.000, 8.000 metros, sólo conocidas por fotos, los Anapurnas, el Dhaulagiri. Se esfumaban los cansancios, los dolores, hasta el habla. Pasado el impacto cotidiano se imponía la pregunta nocturna y adormecida: ¿qué veríamos mañana?
Con los días se sumaron otras experiencias. El picante de la comida muy picante, interactuar con un dialecto nuevo, inglés-cordobés básico (gracioso y penoso). Absorber con mirada inalcanzable el sendero diario, helechos gigantes, cascadas que surgían de la nada, niños uniformados hacia la escuela bilingüe, el namasté permanente.
Los cultivos de trigo, los generosos manzanares, caminar en aleros rocosos, el alma pletórica de sentimientos. El grupo humano, la inmensidad de la naturaleza y la pequeñez humana.
Namasté
Es difícil poner en palabras lo que se vive con la fibra más íntima y describir la belleza, la armonía y el equilibrio de un país milenario. Asimismo, la sencillez de sus habitantes, la manera de ver su paso por este mundo.

Nadar con una leve llovizna en el lago de Pokhara, volver a ser niños por un ratito. Los templos de 500 años, las personas sabias y santas, los populares yaks. Cómo explicar que estábamos transitando por senderos de 350 años, o el sistema social milenario de castas.
Un gesto compartido, mirarnos a los ojos y contemplar la emoción en los amigos, sin decir nada y entender que hay situaciones que solo se disfrutan y no se explican. El silencio que reúne y dice, dice y dice.
Luego el regreso. La despedida de los guías y nuestro “hasta siempre” a un lugar soñado, pero ahora vívido e instalado en nuestras propias biografías. Lágrimas y abrazos emocionados y agradecidos. Una vez más la montaña operaba su milagro recóndito de reunir.
Nada podrá olvidarse. Las imágenes capturadas con la cámara podrán decir mucho: devolvernos anécdotas, paisajes, aprendizajes y vivencias. Servirán también para compartir esa experiencia con muchos otros. Pero nada tan lejano en el espacio, ni tan cercano a ese sueño cumplido en el circuito de los Annapurnas.
El cielo existe, yo estuve ahí.
Federico Bregant
Alto Rumbo
Alto Rumbo es una empresa de viajes y turismo fundada en Córdoba, Argentina, en 2003, con experiencia acreditada de más de 700 salidas a montañas.

Define su tarea sobre el propósito de alcanzar los sueños, los propios y los de sus clientes, conscientes de hacerlo profesionalmente, con procedimientos claros, con alegría y apreciando el valor de cada persona.
Una de las propuestas de expediciones de Alto Rumbo más requeridas por los montañistas, es el famoso circuito de los Annapurnas.