El Negro Pabellón es un remoto seis mil en el Cordón de las Delicias, de la cordillera frontal de Mendoza. Su cumbre tiene pocos ascensos. Tres guías mendocinos abrieron una nueva vía en su cara Sureste, una inmensa pared de hielo y nieve.
Por Mati Hidalgo Nicosia (*)
Hace muchos años, mi amigo Oscar Moricci me señaló un cerro contra el horizonte, a la izquierda del Tupungato. “Ese es el Negro Pabellón”, me dijo. “Tiene muy pocas ascensiones, es muy duro y lejos, un cerro con mayúsculas, en el patio de la casa”. Eso se me talló en la mente.
Para Luciano “Luco” Badino fue similar con charlas con don Andrés García, el primero en alcanzar la cumbre a 6.068 metros. Entre historias de aventuras, exploración y muchas ganas de caminar, tampoco pudo sacárselo de la cabeza.
Más de 15 años después, con Luco y Gabriel “Chicho” Fracchia organizamos la expedición. No solo a ese cerro perfecto, sino a una línea a una pared posiblemente virgen.
Luco y Chicho ya habían ido anteriormente. En una de esas ocasiones, avistaron la vertiente Sureste, una pared de más de 1.000 metros de hielo y nieve, esperando por alguien que intente conocerla más de cerca. Como esas leyendas de tesoros escondidos protegidos por un ser mitológico. Solo que la intención no es ir a matarlo o vencerlo. Solo compartir ese tesoro, que queda a su resguardo. Uno se lleva algo mejor: la experiencia.
Me invitaron a ir a ver de cerca esa pared, imaginar posibles líneas y tratar de abrir algo nuevo. Acepté encantado y así empezamos los preparativos, bastante accidentados. Pero al final, los últimos días de noviembre, arrancamos.
Luego de tres largos días cruzando el rio Las Tunas una y otra vez, llegamos a la base de la pared. Condiciones no muy óptimas nos esperaban -mucho más hielo de lo deseado-. Pero ahí estaba la línea, lista para que alguien la transite. Sin dudas de más, a las 4 AM salimos de la carpa y empezamos a escalar.
Inmensa pared
Los primeros 300 metros cruzamos rimayas sin problemas. Fueron cruces sencillos, con nieve buena y poco hielo, más rápido de lo que imaginamos. En menos de dos horas ya habíamos cruzado lo que creímos iba a ser el primer crux.
Poco después decidimos continuar haciendo largos, ya que había más hielo del esperado. Un largo, dos, tres, cuatro. Así empezamos a ir mucho más lento de lo planeado, en hielo de unos 60° con resaltes de 70°. No eran de gran dificultad, pero íbamos lento.
Luego de unos 700 metros -unas 12 horas sin parar-, logramos pasar el segundo crux, una rimayita seguida de una banda de hielo. Ahí se volvió a aplomar a unos 60° y el hielo mermó, por lo que decidimos continuar sin cuerda. Tras pasar unas grietas y una pequeña rampa de nieve empinada y dudosa, 16 horas después de dejar la carpa, salimos de la pared hacia el plató debajo de la cumbre.
Ya muy cansados, habíamos logrado lo que más queríamos: subir y terminar esa pared. Aunque la cumbre del Negro Pabellón era un objetivo, con pesar pero convencidos de que era la mejor decisión, comenzamos a descender.
Descenso complejo
La bajada no la conocíamos y ya estaba oscureciendo nuevamente. Luco tenía vista una posible bajada, así que antes de quedar a oscuras empezamos la búsqueda. Al acercarnos comprobamos que estaba todo mucho más “hieloso” y por lo tanto peligroso de lo que predijimos (ya una constante en esta expedición). Decidimos bajar por la ruta normal, mucho más larga, pero más segura. Encendimos el piloto automático, con Luco a la cabeza ya que conocía el camino, y le dimos.
Agotados y con mucho frío, peleando con los penitentes bajo la hermosa luz de la luna y algunos relámpagos, no paramos hasta pisar terreno conocido. Hicimos una pequeña parada de media hora para “descansar” y seguimos hacia un portezuelo, unos 300 metros de desnivel. Al salir estaba amaneciendo nuevamente bajo el Negro Pabellón. Sin parar mucho, seguimos.
A 12 horas de haber salido de la pared, llegamos a carpa, 28 horas en total. Lo que se dice una larga jornada.
Dormimos todo el día, con una breve pausa para comer. A la mañana siguiente empezamos a bajar y dos jornadas después llegamos al lugar de partida.
Una increíble aventura de 80 kilómetros, 28 horas, 7 días, 3 locos, 1 pared, 1 línea y la infinita experiencia.
(*) Matías Hidalgo Nicosia es guía de montaña