Publicar la ansiada foto de cumbre en las redes sociales, en el mismo instante de lograrlo en el monte más alto de África, el Kilimanjaro (5.891 m), será posible dentro de muy poco tiempo, a juzgar por el anuncio formulado desde el Ministerio de Información, Comunicación y Tecnología de la Información de Tanzania en agosto pasado.
La medida provoca adhesiones y rechazos por dosis iguales, según un informe publicado por el sitio global Matador Network. “Los turistas ahora pueden comunicarse con todo el mundo desde la cima del monte Kilimanjaro”, celebró el ministro Nape Nnauye, dando crédito a la iniciativa que hasta entonces fue objeto de burlas durante varios meses.
A la cima del Kilimanjaro, la “seven summit” africana, aspiran unos 35.000 turistas/alpinistas cada año. De hecho, es la segunda montaña más guiada del planeta, en virtud de su moderado requerimiento técnico, lo extendido de la temporada de ascenso, de ocho meses, y el marketing que le toca por pertenecer al circuito de las siete cumbres, las más altas de cada continente.
La instalación de WiFi ya es una realidad en las cabañas Horombo Huts, a 3.718 metros sobre el nivel del mar. Según planea el gobierno tanzano, antes de fin de año todo el camino hasta el cono más alto del “Kili”, Uhuru Peak, quedará pavimentado de Internet banda ancha.
Influencers de altura
Los defensores del WiFi más alto de África argumentan razones de seguridad. Y gustan de blandir datos del “Centro Nacional de Estadísticas de Salud”, que reflejan que el senderismo es “uno de los deportes extremos más peligrosos del mundo”. Literalmente, mata a uno de cada 15.000 paseantes. Más peligroso aún que el puenting, el esquí o el snowboard.
Internet en la montaña permitirá una temprana alerta ante algún excursionista en apuros, así como veloces rescates, de ser necesario. No lo dicen, pero servirá especialmente para minimizar el riesgo de accidente o muerte de quien quiera ascenderlo sin la aptitud física o experiencia que se requiere.
Muchos escaladores podrán avisar a todo el mundo de su “hazaña” al instante en Instagram, WhatsApp, TikTok, o incluso transmitir en vivo la eventual llegada a la cumbre del Kilimanjaro.
La desnaturalización
Otros tantos amantes de la montaña se agarran la cabeza ante la iniciativa. En términos de pérdida de los espacios naturales, y de naturalidad de los espacios, WiFi en la montaña implica poco menos que una estafa.
El silencio y la contemplación, esenciales en el montañismo, serán parte de la historia en la cumbre africana.
Un excursionista lesionado por mirar su teléfono, en lugar de concentrarse en el ascenso, algunos no lo entienden tan descabellado.
Asimismo, los servicios de ubicación de los móviles suelen jugar malas pasadas, más de lo que se supone. Si ocurre en una ciudad, se le pregunta a cualquier parroquiano. En la alta montaña, puede definir la vida o la muerte. Sobre todo, si inexpertos montañistas deciden reemplazar al guía profesional por un teléfono.
“¡Sí, Bwana!”
Fuera del gusto o postura “ideológica” de los montañistas que se aventuran en el Kilimanjaro, la mayor oposición al WiFi allá arriba, la ejercen los propios tanzanos. Se sienten desalojados de la lista de prioridades de uno de los países más pobres del mundo.
El 17 % de la población no tiene acceso a Internet, y ni siquiera a celular. Y seguirán sin tenerlo, mientras decenas de miles de extranjeros lo disfrutarán en el Kilimanjaro. Costaría unos U$D 10 millones instalar torres adicionales para cubrir al menos las áreas rurales cercanas a la seven summit. Los ingresos que los turistas allí generan ascienden a alrededor de U$D 50 millones cada temporada, el 18 % del PIB del país.
El mismo informe dice que 13 de esos millones se destinan a “mejorar la infraestructura y las oportunidades” en los pueblos de alrededor.
Otra corriente abona el argumento de que, cuantos más turistas quieran escalar el Kilimanjaro, cuantas más comodidades se les brinde, y cuanto más se les cobre, mejores serán los salarios de porteadores, guías y cocineros locales para sostener a sus familias. Una nueva versión de la teoría del derrame que, en las montañas, pese a los acentuados desniveles, se empecina en no ocurrir.
(Fotos: Mujeres a la Cumbre)