Decenas de travesías por toda la Argentina, en soledad y con autonomía son las claves para conocer a Juan Francisco, un deportista amateur con una extraordinaria foja de recorridos por las montañas y lugares más diversos.
Desde hace más de 20 años, Juan Francisco no deja pasar quince días sin hacer una travesía de trekking, senderismo, montañismo, náutica o ciclismo. No son salidas convencionales: generalmente solo, imagina recorridos inexplorados, zonas pocos transitadas e itinerarios de decenas de kilómetros que le permiten andar durante diez días o más hasta llegar a zonas poco conocidas, a veces inexploradas.
De muy pequeño afincado en Mina Clavero, Córdoba, este bonaerense saboreó pronto el gusto a las sierras. “Ahí tomé contacto por primera vez con las montañas, y con algunos amigos de la secundaria empecé a salir a caminar por las sierras. Salíamos con zapatillas comunes y pantalones de gimnasia, con algún sandwich o alguna porción de pizza a recorrer el río Mina Clavero. Luego empecé a salir por mi cuenta, solo, y a encarar para otras zonas que no conocía”, relata.
Recuerda haber recorrido de jovencito ida y vuelta desde Mina Clavero hasta la Cumbrecita, en las Sierras Grandes cordobesas. Eran tiempos sin apps ni gps, y la palabra trekking era desconocida. Guiándose apenas con una histórica revista argentina outdoor, “con el tiempo empecé a ver que otros hacían recorridos como esos en otros lugares del país. Aprendí mucho sobre sus relatos”.
Como aquellos viajeros que se entusiasman con viejas crónicas de quienes los precedieron, Juan Francisco arrancó a los 16 con su primera caminata en solitario. “Fue la vuelta al cerro Áspero, en Traslasierra. Y después alternaba: cuando mis amigos de la secundaria salían, salía con ellos; cuando no, salía solo. Nunca fue un problema para mí andar solo”.
Los primeros recorridos en bicicleta, su otra gran pasión, también los hizo solo, por el valle de Traslasierra: “Mi primer viaje largo en bici (Chilecito – San Miguel de Tucumán, enero de 1999) también lo hice solo. En esa época casi no había internet y no conocía a nadie que quisiera hacer algo así. De esa forma se me volvió una forma más de andar, dejando de lado cualquier prejuicio que hubiera tenido sobre las salidas en soltiario”, refiere.
Exigencias y gratificación
Listar las travesías de Juan Francisco es una tarea ciclópea. Sin embargo, él mismo sostiene una ordenada página web donde constan fotos, recorridos y detalles, día por día, de cada aventura desde 1999 a la fecha. Sus recorridos están publicados (hasta 2020 inclusive, iniciando con el viaje en bici de 1999) su sitio en Internet. Los de 2021 están por ahora en Facebook.
CUMBRES: Juan, ¿por qué andar en solitario?
Juan Francisco: Básicamente por dos motivos. Por un lado, nunca condicioné mis ganas de salir a tener con quien. Por el otro, nunca formé parte de algún grupo de salidas estable, tipo club o similar.
Pero no es que tenga una motivación especial por salir solo. De hecho no siempre, pero la mayoría de las veces. He tenido varios compañeros de senderos. Hasta el 2020 solía organizar algunas salidas con algunos ‘amigos’ de Facebook. He salido con grupos de 4, 5, hasta 10 personas. En bici es más difícil, pero también he hecho algunas travesías acompañado. Eso sí, no saldría con gente que no comparta mi mismo respeto y amor por la Naturaleza.
C: ¿Qué desafíos implica salir solo dos, tres, diez días? Mentales, logísticos, físicos…
J F: Lo primero a tener en cuenta es que nadie va a venir a ayudarte si te pasa algo. Entonces tenés que prepararte para eso. Por dónde vas a andar, cuáles cosas intentar y cuáles no. Desde la logística sabes que tenés que cargar con todo lo que necesitás, no va a haber nadie para pedirle lo que te olvidaste. Eso te enseña a ser minimalista y metódico a la hora de armar el equipo.
Con el tiempo aprendes que hay cosas básicas y otras que las vas adaptando a la geografía por la que andas. Desde lo físico, por un lado el equipo siempre va a ser más pesado que si compartís la carga. Y por el otro aprendes a tener mucho más cuidado al andar: bajar un acarreo, una lengua de nieve, atravesar un bosque o un río son momentos en los que aprendés a priorizar la seguridad ante todo.
C.: ¿Cual fue la travesía más exigente y la más gratificante?
J. F.: Es muy difícil responder a eso. Dejando de lado las travesías en bici, los ascensos de alta montaña son siempre exigentes. El ascenso a los grandes cerros del Cordón del Plata me exigió mucho física y mentalmente. El ascenso al Nevado del Chañi también fue muy exigente desde ambos aspectos: 8 días para subir y bajar requieren mucha motivación, que siempre sobra…
Pero también otros recorridos que no son de alta montaña han sido muy exigentes: las travesías por Tierra del Fuego son siempre bravas desde la absoluta soledad en la que sabés que entrás, hasta el clima impredecible y a veces endiablado. También algunas zonas casi vírgenes de la selva tucumana con sus poderosos y caudalosos ríos. En la otra punta, la dureza de los recorridos por las zonas casi desérticas de Mendoza o San Juan, donde sabés que no vas a encontrar agua tal vez por varios días.
Respecto de “la más gratificante” ahí se me vuelve más difícil responder todavía… Pasa que disfruto tanto de un atardecer en la llanura pampeana como de una noche de luna en la selva misionera. De un campamento en la costa patagónica a un amanecer desde el campo base en un ascenso en la cordillera mendocina. Pero si, hay provincias que me “pueden”: Tierra del Fuego, Jujuy, Misiones, Salta, Mendoza son de mis favoritas. Un sentir especial me trae la “Expedición al Cabo San Pío” porque combiné mis dos pasiones para llegar al punto más austral de la Argentina americana. Reconozco que se me cayó alguna lágrima cuando llegué a ese punto.
C: ¿Las repites, o buscas siempre itinerarios nuevos?
J F: Desde que reinicié con estas actividades siempre me propuse recorrer nuevos lugares. En un país tan grande eso no cuesta mucho. Recién el año pasado y comienzos de éste, por las restricciones a la circulación, me vi obligado a repetir algunos recorridos. Ahora vuelvo a retomar la costumbre de planificar nuevas travesías o ascensos a cerros casi desconocidos, que son los que más me atraen.