Una expedición sin servicios, sin guía, sin domos ni porters. Con lo puesto y sin muchos recursos, tres cordobeses de Alta Gracia coronaron Aconcagua por las suyas, en modo low cost. El relato en primera persona de la expedición desde su génesis.
Por Adrián Camerano (integrante de la expedición)
El consultorio médico más alto del mundo, en Nido de Cóndores, a 5.560 metros sobre el nivel del mar, es un rectángulo de chapa de unos 15 m2. Tiene una cucheta doble, dos salamines colgando del techo y un ventanuco por el que el Doctor Bernabé Abramor se asoma al campamento de altura para mirar, de refilón, el atardecer más bello del planeta.
A “Bernie” lo conocí durante mi expedición la tarde del 10 de enero. Cuando me revisó y después de guardar el tensiómetro se acomodó sus anteojos cancheros antes de darme la info fatal: “Tenés 18/11 de tensión, te tengo que medicar”.
Yo no lo sabía en ese momento, pero esa cota alta pero a la vez tan por debajo de la cumbre sería lo máximo que me dejaría subir Aconcagua, el gigante de 6.962 metros que se yergue, orgulloso, en nuestra cordillera.
Ni chance de pedirle al médico que al menos me convidara salame. La presión indicaba que hasta Nido llegaría mi primera aventura en alta montaña. Éxito total, de todos modos, ratificado en los días siguientes: mis compañeros Aníbal Almada y Marcos Toscano harían cumbre sucesivamente. Uno desde Nido, el otro tras soportar los rabiosos vientos de Cólera, el campamento anterior a la cima.
Ese fue el tramo final de la expedición de Alta Gracia que esta temporada conquistó el Coloso “a la antigua”, low cost, sin apuros ni apoyos económicos.
La génesis de una expedición
A fines de 2018, un grupo de amigos comenzó a soñar la expedición Alta Gracia-Aconcagua 2020. Los meses se fueron consumiendo en la compra de equipo, la consulta a guías, el armado de la logística y la definición del plan de cumbre, que fue mutando incluso ya en Plaza de Mulas.
Mientras se avanzaba con los preparativos y se financiaba algún gasto mediante la venta de tazas con el logo de la expedición, se largó la búsqueda de auspicios que ayudaran a solventarla. Fue en vano: la Municipalidad local, por caso, ni siquiera respondió al pedido de audiencia.
Se aproximaba la fecha de partida, todo parecía a punto de naufragar -como cantaba Lito Nebbia en aquella vieja canción-. Hubo que tomar una decisión: hacerlo de todos modos. Entre asados y fernets decidimos encarar Aconcagua de modo autoguiado. Sin depender de empresas ni porteadores, al menor costo posible y procurando, en esas condiciones, el mayor disfrute de la montaña.
“Otro montañismo es posible” repetíamos como un mantra, sin conocer mucho el paño. Pero inspirados en la filosofía slow mountain, que promociona un montañismo más humanizado.
“Vamos sin guía ni porteadores, pagando solo mulas y el permiso de ascenso. Va a ser como subirlo dos veces” nos dijo Toscano, el más experimentado. Así fue.
Aclimatar, trepar, soñar
La previa del ingreso al Parque fueron seis días de aclimatación en El Paso, Las Cuevas, a casi 3.200 metros. Luego, el despacho de la carga de mulas, el registro en Horcones. Un día en Confluencia y la llegada a Plaza de Mulas.
En el campo base, mala suerte: todo el mundo descompuesto y los baños colapsados. Y para colmo, el clima no mejoraba. Fue casi una semana comiéndonos la cabeza en una carpa de Lanko, bautizada “The poor domo” o “El domo de los pobres” por quienes estábamos allí sin guía, porter ni pensión completa.
Hasta que, hartos de esperar, decidimos encarar para arriba. Así fue como el 9 llegamos a Nido y el 12 la expe se desdobló. Almada hizo cumbre y Toscano enfiló para Cólera, de donde tiraría el 13. A él se le sumó Sergio, de Bahía Blanca, que había sido abandonado por su compañero de expedición. Y la montañista india que fue luego famosa por haber sido bajada -atada con una cuerda- por el propio Abramor.
Al regreso, prensa, festejos, reconocimientos. Que seguramente no merecemos, pero que nos dan fuerza para conformar el grupo “7 Cumbres Alta Gracia”. Y soñar con llevar esta pasión a continentes lejanos.
En el interín, nos regocija una certeza: es posible encarar la experiencia Aconcagua con recursos escasos, una buena dosis de paciencia y -sobre todo- amor y respeto a la montaña.