Tiene 5.194 metros y está situado en el cordón del Portillo, en la cordillera frontal de Tunuyán, Mendoza. Un equipo de grandes montañistas completó el sueño de un pionero de las montañas, protagonista de un intento hace 65 años. Su nombre, Ulises Vitale.
En enero de 1955, una expedición compuesta por cuatro montañistas del Club Andinista Mendoza, Jesús Casanova, Alfredo Flury, Richard Gallop y Ulises Vitale, decidió explorar el extremo Sur del cordón del Portillo, en la cordillera frontal de la provincia de Mendoza.
El objetivo era la exploración del acceso a la Torre del Campanario, un agudo pico que un año atrás divisaron desde la cumbre del Tres Picos del Amor.
Remontando el arroyo Manzano desde el campo militar de “La Remonta”, establecieron campamento base a 4.000 metros, sobre morenas al pie de las ignotas cumbres del Portillo Sur.
Primero escalaron una englaciada montaña a la que llamaron “Fraile”. Desde esa cima observaron otra cumbre más alta inmediatamente al Norte, que los tentó.
A través del paso “Agonía”, trasladaron el campo base al valle vecino y acometieron esta segunda y misteriosa montaña por un glaciar colgante que les demandó laborioso trabajo en hielo duro, sorteando penitentes y grietas. Al atardecer alcanzaron el filo somital desde donde apreciaron, desde otra perspectiva, la Torre del Campanario.
Sin embargo, un integrante de la cordada no se sentía bien, y a escasos 100 metros de la cumbre, con buenas artes de montañistas, decidieron descender.
Exploración
Ulises Vitale es el único sobreviviente de aquella cordada de 1955. En más de una tertulia montañera, el respetado Ulises comentaba a quien quisiera oírlo sobre aquella escalada inconclusa, ese hermoso “cincomil” del Portillo que esperaba por el primer ascenso.
En noviembre de 2020, Claudio “Frodo” Fredes, guía de montaña y explorador de la cordillera de Tunuyán, ascendió por primera vez una montaña de 4.743 metros, de esa cadena, y la bautizó “Gringo Urbani”. Desde esa cima divisó claramente aquel cerro que tanto mencionaba Vitale. E identificó una posible vía más accesible por la cara Noreste, más corta y cómoda.
Así fue conformándose un equipo de andinistas a la altura del hermoso desafío incentivado por los relatos de Ulises Vitale, y las recientes fotografías de Claudio.
Gerardo Castillo, guía de montaña y buscador de ignotas cumbres, no dudó en dar el sí a la propuesta.
Grandes y expertos profesionales de montaña de la talla de Lito Sánchez, Heber Orona y Ulises Corvalán se comprometieron con el proyecto. Otro guía, Adrián Miranda De María también se sumó al equipo, que se completó con Pablo David González, explorador por definición y artista plástico de las montañas.
Aproximación
En lugar de ingresar por la quebrada del arroyo Manzano, lo hicieron por el arroyo Pircas, desde el Manzano Histórico. Dos mulas cargueras alivianaron el primer día de marcha, en un recorrido de unos 10 km por la hermosa y florida quebrada, con varios cruces del curso de agua.
Por la tarde alcanzaron los 3.100 metros y establecieron el primer campamento. Asado y vino no faltaron para matizar las anécdotas, bromas e historias entre semejantes personajes de la montaña.
El día siguiente comenzó con una dura marcha por morenas. Lentamente fueron ganando metros por los sucesivos tapones hasta la laguna del Campanario, un oasis entre tantos bloques de piedra.
El terreno era por momentos ingrato, típico de los glaciares de escombro de la cordillera Frontal. Superado el primer gran tapón, en un segundo escalón distinguieron una huella de guanacos en ascenso por la izquierda. Promedió la tarde a 4.000 metros, ya sobre extensas morenas.
Cerca de las 17, Ulises Corvalán escuchó el sonido de agua corriendo bajo las piedras, y ahí mismo definieron el lugar del segundo campamento, a 4.200 metros.
Los últimos rayos de sol permitieron una hermosa vista de la cara Sur del Meiji (5.215 m). Pero, ya en sombras, la temperatura se hizo sentir y apuró la cena y el sueño.
Cumbre
A las 6.20 AM comenzó la marcha del día de cumbre. El equipo ganó altura sobre las morenas que conducen a la cara Noreste del cerro innominado. En poco tiempo arribaron a un vallecito lateral por el que bajaba un hermoso glaciar. Lo bordearon por el Sur para enfrentar la pala de nieve que había fotografiado Frodo.
La nieve “apenitentada” reveló el que iba a ser el principal obstáculo del cerro. A esa hora de la mañana los penitentes están “duros”, por lo que superarlos exige de singulares piruetas que consumen preciada energía, necesaria para ganar altura.
Pero el entusiasmo de recorrer una montaña nunca antes explorada se impuso sobre el cansancio de superar la empinada ladera de colmillos blancos. Frodo libró desigual batalla abriendo huella, secundado por Gerardo.
A mediodía los recibió el col. Emocionados divisaron muy cerca el filo que debieron alcanzar los antecesores de 1955. Resaltes rocosos obligaron a buscar alternativas por la abrupta vertiente Sureste de la montaña.
Una travesía horizontal los condujo hasta la base de los canales de nieve que llevan a la cima. Allí los penitentes, en cambio, facilitaron la subida.
Al poco tiempo, casi sorpresivamente, la cordada completa encontró la ansiada cumbre. Sin rastros de anteriores ascensos, la presunción de virginidad se confirmó.
Los abrazos y felicitaciones emocionadas se sucedieron y dieron paso a los protocolos de la verdadera exploración de montaña: fotos, filmaciones, armado de la “pirca” o “apacheta” de cumbre, bandera argentina y un sencillo papel con los nombres, que quedó en la cima por primera vez pisada.
Por unanimidad, ese 3 de diciembre de 2020, decidieron bautizar al cerro de 5.194 metros “Ulises Vitale”. Un homenaje al único integrante vivo de la expedición precursora, inspirador de la exploración.
Momentos únicos que no se repetirán y que quizás constituyan el verdadero tesoro del montañismo: vivir ese irrepetible instante.
Texto basado en el escrito original de Pablo David González